El propio Jesús nos explica cómo es la
unión del Padre y el Hijo, su unión con su Padre. Resulta un poco lioso, porque
es una explicación poco habitual en nuestro lenguaje. Pero la oración es algo
más que un problema de comprensión lectora.
La propuesta de oración para hoy es
meternos afectivamente en la unión de amor entre el Padre y el Hijo. Hay que
tirar de imaginación y hay que tirar de corazón. “Quien me ha visto a mí ha
visto al Padre”. “Yo estoy en el Padre y el Padre en mí”. “El Padre, que
permanece en mí…” En otro momento dice: “El Padre ama al Hijo y todo lo ha
puesto en su mano” (Jn 3, 35)
Esto es lo que nos dice el evangelio, a
nosotros nos toca interiorizarlo. Nos puede ayudar a entender y a amar recordar
los momentos en que Padre e Hijo se hablan: “Tú eres mi Hijo, el amado, en ti
me complazco”. “Padre, te doy gracias porque me has escuchado, yo sé que tú
siempre me escuchas, pero lo digo por estos”. “Padre si es posible… pero no se
haga mi voluntad, sino la tuya”.
Es importante conseguir amar y creer
esto, porque nos dice el propio Jesús que lo cree hará las mismas obras que él.
No tanto los milagros, que también, sino sus obras de amor para con los demás,
su capacidad de enseñar, su capacidad de proponer e instaurar el Reino de los
cielos aquí en la tierra. El objetivo debe ser la “glorificación del Padre”,
por eso el Hijo se apunta a todo lo que sea en su honor. Si lo hacemos todo
sólo por la gloria de Dios, estemos seguros de que Jesucristo, su Hijo, se lo
va a presentar. Si nos buscamos a nosotros mismos, aunque sea para él, no vamos
a encontrar quien se le presente.
Que de la contemplación de ese amor
surja en nosotros el Espíritu Santo.