30 abril 2011, sábado de la Octava de Pascua – Puntos de oración

Estamos en el último día de la octava de Pascua. En este día, el evangelio de san Marcos nos hace una especie de síntesis de los acontecimientos que les han sucedido a los apóstoles tras la resurrección. Desde la aparición a María Magdalena (la primera a la que se le apareció) pasando por la aparición a los dos de Emaús, para terminar con la aparición a los once. En los tres casos el evangelista repite una misma idea: no les creyeron. Parece que San Marcos quiere resaltar precisamente esta idea, la de la falta de fe de sus discípulos.

Y quizás este sea también nuestro problema para vivir la resurrección que, al igual que los apóstoles, no creemos en ella. No es que Cristo no haya resucitado, es que nosotros no nos lo creemos En el fondo es un problema de percepción, de vivencia de la fe. Si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe, nos dirá san Pablo. Pero no ¡Cristo ha resucitado! Y nuestro problema es que no nos enteramos. Puede darse el caso de que toda la creación esté clamando la victoria de nuestro Dios, menos el hombre. Toda la tierra canta la alegría de Jesucristo resucitado, como decía san Francisco, menos el hombre que metido en su mundo es incapaz de descubrirle.

Sin embargo, lo consolador de todo esto es ver como el Señor no se cansa de repetir sus apariciones para resucitar el ánimo y la fe de sus apóstoles. Se aparecerá a unos y a otros, de diversas formas y bajo distintas apariencias, siempre adaptándose a cada uno, a las diferentes psicologías. A María Magdalena se aparecerá la primera, de forma súbita, antes incluso de subir al Padre. Correspondiendo así a su afectividad ardiente de mujer enamorada que no soporta la vida sin el amor de su esposo. A los dos de Emaús se les acercará poco a poco, con prudencia, sin prisa, dándoles el tiempo necesario para que fuera encendiéndose su corazón mientras les hablaba por el camino. A través de la explicación de las escrituras, van descubriendo progresivamente la coherencia de la escritura y la supremacía del amor sobre la muerte. Me emociona pensar que Jesús en persona se pusiera a caminar con ellos, tranquilamente, sin prisas. Parece que el Señor no tuviera otra cosa más importante que hacer ese día que andar dos leguas con dos de sus discípulos. ¡Qué pérdida de tiempo! Pensaríamos hoy. ¡Podría haber rentabilizado un poco más su divino tiempo, haber sacado más jugo a su agenda con apariciones más multitudinarias, fugaces y mediáticas! Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, es decir, en la intimidad del hogar. Es entonces cuando el Señor quiere consolidar en la fe a toda la comunidad reunida, porque el gozo de la resurrección es para ser compartido.

Por eso termina el evangelio con una llamada a la Misión: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.» Esta es la consecuencia lógica de haber vivido la Pascua. Esto es lo que nos toca ahora a nosotros tras la finalización de la octava de Pascua.

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