Con el Evangelio en este último (¡ya!) domingo de Cuaresma, hacer oración es muy sencillo: basta que nos dejemos iluminar por el Espíritu Santo para contemplar a Jesús, ver a los tres hermanos de Betania, oír sus conversaciones, y reflexionar en nosotros mismos para sacar algún provecho. El texto que se proclama en la misa está ligeramente abreviado. Al que quiere conocer cada vez más a Jesús, le agrada ponderar todos los detalles: las reacciones de Jesús en sus encuentros con las personas, la hondura de sus pensamientos y sentimientos… Por ello os invito a abrir la Sagrada Escritura y a recorrer sin prisas la escena completa. Nos encontraremos “frente al misterio último de nuestra existencia”, como explica Benedicto XVI en el mensaje de Cuaresma para este año. Vamos a centrarnos en unos breves puntos de oración:
1. “Señor, al que tú amas está enfermo”. Comenta Abelardo que con estas palabras “las hermanas de Lázaro supieron tocar las fibras más delicadas de los sentimientos de Jesús”. Y es que “seguros de su amor misericordioso, podemos acudir a Jesús con la oración del que se sabe tan amado que no suplica, sugiere”. Y continúa escribiendo: “Hoy, si miro dentro de mí, me encuentro tan enfermo de egoísmo, tibieza, vanidad, pereza… Mi corazón, mi vida toda se ha enfriado. “El que amas está enfermo” (…) Pero yo espero en tu bondad (Aguaviva, Junio 1983).
2. “Cuando Jesús llegó Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado”. Para un lector superficial Jesús llega tarde. A veces interpretamos así la respuesta del Señor a tantas oraciones: “Señor: percibo tu presencia, tu consuelo ahora…, pero no me has solucionado el problema, ya es tarde, ya no hay remedio…” Sin embargo, ¡cuántas veces constatamos que –como en este pasaje- Jesús piensa y actúa en profundidad: buscando nuestro auténtico bien y la gloria de Dios…! Pretendemos hacer ver a Jesús cómo son las cosas, -“Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”-, ¡como si Él no las viera!-: cuándo debe actuar, cómo debe hacerlo… Pero Jesús conoce la verdad profunda de todo, y nos echa en cara nuestra falta de fe: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” ¡Cuántas veces atamos las manos a Dios con nuestra incredulidad!
3. “Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees esto?”. En otro pasaje dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). ¡Nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino que vive! Más aún, es la Vida. La Vida auténtica, total, plena, que no se marchita; la Vida que es capaz de resucitar al que está muerto, aunque lleve cuatro días en la tumba y ya huela mal… “Biólogo espiritual” no es el que sabe mucho de la Vida, sino el que cede su vida para dejarse penetrar por la Vida.
- Comenta Benedicto XVI de nuevo: “Dios ha creado al hombre para la resurrección y para la vida, y esta verdad da la dimensión auténtica y definitiva a la historia de los hombres, a su existencia personal y a su vida social, a la cultura, a la política, a la economía. Privado de la luz de la fe todo el universo acaba encerrado dentro de un sepulcro sin futuro, sin esperanza”.
4. “Jesús se echó a llorar”. Nos dice además el texto que “Jesús se conmovió en su espíritu, se estremeció (Jn 11, 33)”, y más adelante: “Jesús, conmovido de nuevo en su interior” al ver llorar a María y a los demás. Nuestro Dios no es un Dios impasible, sino que ha querido tener un corazón como el nuestro, a través del cual nos demuestra su amor desbordante.
- Algunas traducciones dicen: “Jesús lloró”. Es el versículo más corto de toda la Escritura; como queriéndonos decir: detén tu lectura ¿No te has conmovido, no has recibido como un “shock”?
- Sin duda Jesús traería a su corazón el llanto de su Madre y de sus discípulos fieles tras su muerte el Viernes Santo, y el llanto de tantos hombres y mujeres ayer y hoy, y lo unió al suyo.
- Dice el salmo 56 (v9): “recoge mis lágrimas en tu odre, Dios mío”. ¡Nuestros sufrimientos no se pierden! Jesús hace más que lo que pide el salmista: no solo guarda nuestras lágrimas, las une a las suyas. Él sufre cuando sufrimos. Pero todavía hace mucho más: Jesús tiene poder sobre la muerte, y nos llama a vivir con Él para siempre, en el cielo, donde ya no habrá más lágrimas.
5. “Lázaro, sal afuera”. Jesús escucha nuestra oración y nuestras lágrimas, y nos devuelve la Vida auténtica, uniéndonos a la suya. Disfrutemos ya de la vida de los resucitados en Cristo.
6. “Desatadlo y dejadlo andar”. ¡Qué realismo el de Jesús! Si nos siguen ligando tantas ataduras no podremos salir de nuestro sepulcro, y si no nos ayudan, no podremos hacerlo solos. Madre: deslígame de tantas ataduras para que me pueda dirigir a tu Hijo ahora y siempre…