Aún sentimos los ecos de la gran
fiesta de ayer, festividad de María Madre de Dios y primer día del año civil.
Así pues, en la oración de hoy podemos seguir metidos en el corazón maternal de
María, consolándonos al contemplar tanta grandeza, bondad y poder en nuestra
madre. A la vez, avivamos deseos de paz, felicidad y amor para este año nuevo. Y en
tercer lugar, una actitud de unión de oraciones: Pedid y se os dará, dice el
Señor. Podemos empezar por nosotros mismos, para que el reino de Dios nos
forme, después por nuestros familiares y seres queridos, para que como iglesia
doméstica seamos comunidad de vida y amor. Y finalmente, por tantas personas
–conocidas o desconocidas, cercanas o lejanas- desfavorecidas, descartadas,
necesitadas de bienes materiales y espirituales, que sueñan y esperan un 2017
nuevo, mejor, mucho mejor…
Hoy, segundo día del año, la Iglesia
nos presenta a dos santos que fueron grandes amigos. En su momento, lo dieron todo por la
Iglesia; ambos fueron obispos y hoy son doctores. Son San Basilio Magno y San
Gregorio Nacianceno. Quiero destacar de ellos, la cálida amistad que
mantuvieron durante toda la vida:
“Nos movía un mismo deseo de saber,
actitud que suele ocasionar profundas envidias, y, sin embargo, carecíamos de
envidia; en cambio, teníamos en gran aprecio la emulación. Contendíamos entre
nosotros, no para ver quién era el primero, sino para averiguar quién cedía al
otro la primacía; cada uno de nosotros consideraba la gloria del otro como
propia. Parecía que teníamos una misma alma que sustentaba dos cuerpos…, a
nosotros hay que hacernos caso si decimos que cada uno se encontraba en el otro
y junto al otro. (De los sermones de san Gregorio Nacianceno)
La Palabra de Dios en el Evangelio
(Jn 1, 19-28) nos presenta como modelo la
humildad y valentía de Juan el Bautista. Se le acercaron unos judíos
–algunos eran fariseos- enviados por los sacerdotes y levitas de Jerusalén a
preguntarle: ¿tú quién eres? Es decir, ¿tú, quien te crees que
eres? ¿Acaso, te creses el Mesías? Para los poderosos de turno, el bautista era
una amenaza porque sin ser de su partido y posición social se mostraba al
pueblo como creíble guía espiritual y eso les rompía sus esquemas de fama y
poder. Juan les aclara con toda sencillez que él no es el Mesías, que no es más
que “la voz que grita en el
desierto: allanad el camino del Señor”. Para
Santa Teresa la humildad es andar en verdad: “procurando sacar en todo la
verdad, y así tendremos en poco este mundo, que es todo mentira y falsedad, y
como tal no es durable. Dios es suma Verdad, y
la humildad es andar en verdad, que lo es muy grande no tener cosa buena de
nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en
mentira. (Las Moradas, 10)
Los fariseos que interrogan a Juan no
se quedan satisfechos con la respuesta de Juan, e insisten: "¿Por qué bautizas, entonces,
si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?". Juan respondió:
"Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay alguien al que no
conocéis: él viene después
de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia". Les habla del verdadero Mesías, que ya
está entre los hombres aunque aún no le conocen. Juan no es más que la voz de
la Palabra que es Jesús. “Él tiene que crecer y yo que menguar” (Jn 3,30). Oremos pues, esta Palabra;
dejemos que la Palabra sea concebida en lo más profundo del nuestro corazón.
Podemos terminar la oración con un
coloquio a Nuestra señora. En María madre de Dios encontramos la mujer humilde
que supo escuchar la Palabra de Dios, acogerla en su corazón y ponerla por
obra.
“¡Santa María, hazme humilde según
el corazón de Dios, bendíceme y bendice a cuantos viven conmigo, a cuantos me
encuentro por el camino de la vida! ¡Bendice de una manera muy especial a
cuantos viven solos, abandonados, enfermos, tristes; a cuántos viven sufriendo
para que encuentren sentido a todo lo que les pasa y vivan con esperanza! ¡Dios
te salve, María, llena de gracia,…!