Antes de comenzar a meditar la
Palabra, conviene, siguiendo el consejo de San Ignacio de Loyola purificar
nuestra intención y caer en la cuenta de lo que quiero. Puede ayudar para ello
repetir con el corazón, muy despacio, la siguiente oración del mismo Ignacio: “Señor,
que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en
servicio y alabanza de vuestra divina majestad”.
Después de orientar toda nuestra
persona hacia Dios, leemos las lecturas del día, y encontramos en la primera: “te recuerdo que reavives el don de
Dios, que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un
espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio”.
Reavivar, por tanto el deseo de Dios, entro en oración con los mayores deseos
posibles de reavivar el don de Dios.
El Evangelio es claro, pues es
conocido, y además es el mismo Jesús quien nos lo explica.
Leamos lentamente el Evangelio, y
leamos nuestra vida por medio de él. El Señor (Sembrador) hoy viene a mí
(terreno). Reavivar el deseo de Dios...
Terminar con el examen de la oración
y la oración de Ignacio: “Señor, que todas mis intenciones, acciones y
operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de vuestra divina
majestad”.