Lectura del libro del Génesis (22, 9-18)
En aquellos días, llegaron Abrahán e Isaac al sitio que la había dicho
Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac
y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán alargó la mano y
tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Pero el ángel del Señor le gritó
desde el cielo: «¡Abrahán, Abrahán!» Él contestó: «Aquí estoy». El ángel le
ordenó: «No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he
comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único
hijo». Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la
maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su
hijo. Abrahán llamó aquel sitio «El Señor ve», por lo que se dice aún hoy, «En
el monte el Señor es visto». El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez
desde el cielo y le dijo: «Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber
hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de
bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y
como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus
enemigos. Todas las naciones de la tierra bendecirán con tu descendencia,
porque has escuchado mi voz».
Salmo responsorial
(Sal 39, 6. 7. 8-9. 10. 11)
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído;
no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios; Entonces yo digo: «Aquí estoy». R.
no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios; Entonces yo digo: «Aquí estoy». R.
«-Como está
escrito en mi libro- para hacer tu voluntad.
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.» R.
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.» R.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios; Señor, tú lo sabes.
No me he guardado en el pecho tu defensa, he contado tu fidelidad y tu salvación. R.
no he cerrado los labios; Señor, tú lo sabes.
No me he guardado en el pecho tu defensa, he contado tu fidelidad y tu salvación. R.
Alégrense y gocen contigo
todos los que te buscan;
digan siempre: «Grande es el Señor», los que desean tu salvación. R.
digan siempre: «Grande es el Señor», los que desean tu salvación. R.
Lectura del santo
evangelio según san Mateo (26, 36-42)
Jesús fue con sus discípulos a un huerto, llamado Getsemaní, y le dijo:
«Sentaos aquí, mientras voy allá a orar». Y llevándose a Pedro y a los dos
hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo:
«Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo». Y
adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es
posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como
quieres tú». Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro:
«¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la
tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil». De nuevo se
apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no puede
pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».