Cada día el Evangelio nos presenta un
tesoro. Quizá haya días que cueste más descubrirlo, pero siempre está
ahí. ¿Cuál es el tesoro de hoy? Podría parecer un mero consejo de
prudencia. “No juréis en absoluto, ni por el Cielo, que es el trono de Dios; ni
por la tierra que es estrado de tus pies”. Pero el tesoro que siempre se
esconde más profundo que eso. “Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver
blanco o negro un solo pelo”. ¡Ah, era eso! Nos dice el Señor: “No jures porque
no tienes poder sobre lo que pones de garantía para tu juramento. No jures
porque eres una de mis pequeñas criaturas, ¿qué vas a poder tú? Tú solo puedes
si yo te proveo de fuerza. Así te lo enseña el Salmo hoy ˋTú, Señor, eres el lote de mi heredad´. Yo soy
lo único que tienes, no te hagas dueño y señor de los dones que te doy. Tu
palabra, tu juramento, no los domina, no los cambia por mucho que hables”.
El Señor nos llama a vivir con sencillez
y, en este momento, a orar con sencillez. Sin darnos más importancia de la que
tenemos. A decirle: “Aquí estoy Señor. He vuelto un día más a pasar un rato
contigo. Enséñame a saber que no soy dueño de las cosas. Ni de las que poseo,
ni de las me ocurren, ni de las que están a mi cargo”. Hoy es sábado, día de
nuestra Madre. Mirémosla en el momento de la Anunciación. El Señor le propone
un plan que escapa a su comprensión. Y Ella responde sin grandes aspavientos,
sin palabras grandilocuentes. Sin juramentos de fidelidad. Le basta un sencillo
que parece circunscribirse al momento presente: “He aquí la esclava del Señor.
Hágase en mí según tu Palabra”. No le promete al Señor grandes hazañas ni le
entrega su vida. Simplemente dice sí a la iniciativa que le hace el Señor en
ese momento. Así se construirá su actitud de Estar ante la Cruz, entregando
cada momento, porque no disponemos de otra cosa que el poder decir ahora sí al
Señor y no a las obras del Maligno y de la carne.