27 junio 2020. Sábado de la XII semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


Busquemos en este día tener un intenso momento de oración, puestos en la presencia de Dios, que puede tener de fondo la última frase del evangelio:
«Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.»
Hemos estado los últimos días en la misa siguiendo las desventuras del pueblo de Israel, primero en Samaria y después en Judea. Como fueron conquistados, deportados, arrasados, destruidos, empobrecidos. Hoy el libro de las lamentaciones resume el estado en que ha quedado el pueblo, Jerusalén.
Quizás muchas veces nos hemos sentido así nosotros mismos, quizás en estos meses de confinamiento han venido sobre nosotros desgracias exteriores o interiores, y nos hemos sentido como el profeta que se lamenta.
Puede que incluso hayamos caído en la tentación del engaño, de las visiones falsas, como las que ofrecían los profetas al pueblo en Jerusalén, en lugar de denunciar sus culpas. ¡Cuántas veces intentamos justificar nuestras perezas, desganas o ingratitudes! Otras hemos escondido la cabeza, como el avestruz, hemos huido de los problemas, no hemos sido capaces de coger el toro por los cuernos.
Pero hoy viene la Palabra de Dios a alentarnos, a darnos de nuevo claves que reactiven nuestra alma. La receta es clara: mirar al Señor, no a nosotros, mirarle y gritarle. Con toda el alma, con lágrimas, pidiendo por nosotros y por los que tenemos cerca, por los que sentimos que lo necesitan porque andan sin Dios, sin esperanza, moribundos por las calles, sin un sentido para sus vidas. Gritar con el salmo 73: No olvides, Señor, la vida de tus pobres. No te olvides, Señor.
Ponernos bajo el manto de la Virgen, cerca de su corazón inmaculado, para rogar desde ahí al corazón de Cristo. De la Madre misericordiosa al Dios de la misericordia.
Recordemos la escena del centurión y no nos cansemos de repetir lo que tantas veces decimos, en cada eucaristía: Señor, yo no soy digno de que entres en mi morada, más di una sola palabra, más di una sola palabra, y mi alma quedará sana, quedará sana, como la de aquel criado del centurión.
En estos días el evangelio también nos está ofreciendo claves de confianza, en línea con el mes del Corazón de Jesús que estamos terminando. Peticiones al Señor que se ven desbordadas por su generosidad. Vemos al final de la lectura de hoy que Jesús sigue curando: a la suegra de Pedro, a los endemoniados, a los enfermos. Pero la última frase nos revela un poco esa labor de Cristo:
«Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.»
No se evaporan, no desaparecen, sino que él las toma, las echa a sus espaldas, las asume, las redime, las renueva, las resucita. Lo hace en cada eucaristía, donde de nuevo nos hacemos presentes al Misterio de su pasión, muerte y resurrección.
Por tanto, que le miremos, que le gritemos, que le pidamos, sabiendo con certeza que lo hizo y lo sigue haciendo:
«Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.»

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