“A Dios que concede el hablar y el escuchar le pido hablar de tal manera
que el que escucha llegue a ser mejor y escuchar de tal manera que no caiga en
la tristeza el que habla”
Aclamad justos al Señor… ¿Qué es ser justo?
Precisamente el que hace justicia a Dios con su vida. La aclamación, alabanza y
adoración es ya una forma de “ser justos”, pero ¿cuál es la vida del justo? ¿Es
el que no peca? ¿el que no cae nunca? En absoluto: el justo peca siete veces al
día.
La definición de justicia tradicional es: “dar a cada
uno lo que le corresponde con naturaleza y dignidad”. Podríamos decir que es
“al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios”. O mejor dicho aún:
poner cada cosa en su sitio. La respuesta del Señor Jesús es clara: “vuestro
Padre sabe…”. Es decir, a Dios ser Padre, a mí ser hijo: ¡ser niño! Solo se
puede ser justo si soy niño, si soy hijo. Por eso dirá el salmo: “de la boca de
los niños de pecho has sacado una alabanza”. “Aclamad justos al Señor” es por
tanto “aclamad, niños, hijos, a vuestro Padre”.
¿Se nos meterá en la cabeza, o mejor, en el corazón,
que aquí lo que importa es amar? Es el niño, el justo, el que siempre ama al
Padre, el que siempre ama a sus hermanos. En la oración aprendemos a amar, en
la vida aprendemos a amar. Y mejor… también sabernos amados. En la oración
aprendemos a amar porque somos amados. No ama el que no es amado. De ahí esa
llamada de Jesús a la sencillez: rezar en lo escondido, con palabras simples…:
“Padre nuestro”, “ABBA”, “PAPÁ”. Si el amor se exhibe ya no es amor. El amor,
ahora que sabemos tanto de virus, se contagia igual: sin darnos cuenta, en
pequeños detalles. ¡Que sepamos amar así”
Feliz oración. Feliz momento de amor.