Hoy nos ayudan las ideas de la homilía
pronunciada por san Juan Pablo II en el Aeropuerto de Chayka (Ucrania)
el Domingo 24 de junio de 2001, durante el viaje apostólico a
Ucrania.
«El Señor desde el seno materno me
llamó; desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre» (Is 49, 1). Celebramos hoy la natividad de san Juan Bautista. Las
palabras del profeta Isaías se aplican muy bien a esta gran figura bíblica que
está entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. En el gran ejército de profetas y
justos de Israel, Juan «el Bautista» fue puesto por la Providencia
inmediatamente antes del Mesías, para preparar delante de él el camino con la
predicación y con el testimonio de su vida.
Entre todos los santos y santas, Juan es
el único cuya natividad celebra la liturgia. En la primera lectura hemos
escuchado que el Señor llamó a su siervo «desde el seno materno». Esta
afirmación se refiere, en plenitud, a Cristo, pero, por reflejo, se puede
aplicar también a su precursor (...)
«Desde el seno de mi madre me llamaste»
(Salmo responsorial). Podemos hacer
nuestra, hoy, esta exclamación del salmista. Dios nos conoció y amó antes aún
que nuestros ojos pudieran contemplar las maravillas de la creación. Todo
hombre al nacer recibe un nombre humano. Pero antes aún, posee un nombre
divino: el nombre con el cual Dios Padre lo conoce y lo ama desde siempre y
para siempre. Eso vale para todos, sin excluir a nadie. Ningún
hombre es anónimo para Dios. Todos tienen igual valor a sus ojos: todos
son diversos, pero iguales; todos están llamados a ser hijos en el Hijo.
«Juan es su nombre» (Lc 1, 63). A sus parientes sorprendidos Zacarías confirma
el nombre de su hijo escribiéndolo en una tablilla. Dios mismo, a través de su
ángel, había indicado ese nombre, que en hebreo significa «Dios es favorable».
Dios es favorable al hombre: quiere su vida, su salvación. Dios es
favorable a su pueblo: quiere convertirlo en una bendición para todas las
naciones de la tierra. Dios es favorable a la humanidad: guía su camino
hacia la tierra donde reinan la paz y la justicia. Todo esto entraña ese
nombre: Juan.
Amadísimos hermanos y hermanas, Juan
Bautista era el mensajero, el precursor: fue enviado para preparar el
camino a Cristo. ¿Qué nos dice la figura de san Juan Bautista precisamente
aquí, en Kiev, al inicio de esta peregrinación a vuestra tierra? (…)
Pueblo de Dios que crees, esperas y amas en tierra ucraniana, gusta de nuevo
con alegría el don del Evangelio, que recibiste hace más de mil años (…) San
Juan Bautista es ante todo modelo de fe (…) Es modelo de humildad, porque a
cuantos lo consideran no sólo un profeta, sino incluso el Mesías, les
responde: «Yo no soy quien pensáis, sino que viene detrás de mí uno a quien
no merezco desatarle las sandalias» (Hch 13, 25).
Es modelo de coherencia y valentía para
defender la verdad, por la que está dispuesto a pagar personalmente hasta la
cárcel y la muerte. Tierra de
Ucrania, impregnada de la sangre de los mártires, ¡gracias por el ejemplo de
fidelidad al Evangelio que has dado a los cristianos de todo el mundo! Muchos
de tus hijos e hijas han caminado con plena fidelidad a Cristo; muchos de ellos
han llevado su coherencia hasta el sacrificio supremo. Su testimonio debe servir
de ejemplo y acicate para los cristianos del tercer milenio (...)
Queridos obispos, sacerdotes, religiosos
y religiosas, que habéis acompañado fielmente a este pueblo a costa de
sacrificios personales de todo tipo y lo habéis sostenido en los tiempos
oscuros del terror comunista, os doy las gracias y os exhorto a seguir siendo
testigos celosos de Cristo y buenos pastores de su grey en la amada Ucrania.
Vosotros, queridos jóvenes, sed fuertes
y libres. No os dejéis engañar por espejismos de felicidad barata. Seguid el
camino de Cristo: ciertamente, Cristo es exigente, pero puede haceros
gustar el sentido pleno de la vida y la paz del corazón. Vosotros, queridos padres, preparad el camino del
Señor ante vuestros hijos. Educadlos con amor y dadles un buen ejemplo de
coherencia con los principios que enseñáis (…) Todos y cada uno sed «luz de las
naciones» (Is 49, 6).
Tú, ciudad de Kiev, sé «luz de
Ucrania». De ti salieron los evangelizadores que,
en el decurso de los siglos, fueron los «Juan Bautista» de los pueblos que
habitaban estas tierras. ¡Cuántos de entre ellos sufrieron, como Juan, por dar
testimonio de la verdad y con su sangre se han convertido en semilla de nuevos
cristianos! Ojalá que no falten en las nuevas generaciones hombres y mujeres
del temple de estos gloriosos antepasados.
Virgen santísima, protectora de Ucrania,
tú desde siempre has guiado el camino del pueblo cristiano. Sigue velando sobre
tus hijos. Ayúdales a no olvidar nunca el «nombre», la identidad espiritual que
han recibido en el bautismo. Ayúdales a gozar siempre de la gracia inestimable
de ser discípulos de Cristo (cf. Jn 3, 29). Sé tú la guía de cada uno. Tú,
Madre de Dios y Madre nuestra, María.