12 junio 2020. Viernes de la X semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


Nos ponemos en la presencia del Señor como cada mañana para empezar nuestra oración. Muchos le tendremos muy cerquita en el sagrario. Qué suerte. Qué delicadeza la del Señor de quedarse junto a nosotros y no pasar. El vino para quedarse junto a nosotros. No vino y se fue. Él se quedó. No pasa. Está delante. Acampo entre nosotros. Se hizo hombre. Se hizo Eucaristia. Pidamos que nos envíe su Espíritu, sin Él no podemos hacer nada. La primera lectura es una invitación a estar atentos a Él. Él es el que ora en nosotros. Él reza en nosotros, Él nos introduce en su comunión con el Padre y el Hijo. Nos introduce en la familia trinitaria.
Pidamos su venida, Él viene en la paz, en el viento suave, en el susurro. En esa brisa Él se nos comunica. Estemos en la oración tranquilos, sosegados. Es el mejor momento del día. Ahora sólo estamos Él y yo. ¿Qué puedo temer?
Y notamos que el celo por su casa nos consume. Cuantas y cuantas personas nos vienen al corazón estos días en la oración. Tantas personas con las que hemos mantenido contacto telefónico durante esta pandemia. Tantas personas que se nos han ido, que están ahora enfermas, solas o a las que no podemos llegar de forma presencial como otros años. Y ahí la oración estos días se vuelve atractiva, poderosa, necesaria… El poder de intercesión que tiene es el que nos permite mover sus corazones, tanto de los alejados como de los cercanos.
Es el mes del corazón de Jesús, un corazón que está abierto por amor. Un corazón que está unido a un sacrificio es una víctima sacrificial. De ahí que nos hable de que nuestra vida debe estar poseída de este sentido. A eso nos anima el evangelio, a cuidar nuestro corazón, aunque exija un sacrificio. Ese cuidado que empieza por el control de los sentidos, sobre todo la mirada. Vamos a pedirle un corazón puro, una mirada limpia. Qué necesario proclamar el evangelio desde la vida, con nuestra vida, con nuestro ejemplo. Nos camuflamos tan camaleónicamente. A veces la sal del evangelio la diluimos tan fácilmente. El evangelio nos exige mucho, será que es necesario si queremos tener una vida de unión con la Trinidad.

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