Espero que te ayuden estas palabras que te pongo a continuación para llevar
a cabo con fruto este rato de oración. Dedícale este tiempo al Señor en la
soledad acompañada por Él.
Empezamos nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino
e infunde en nuestros corazones el fuego de tu amor”.
En las lecturas que hoy nos ofrece la Iglesia nos hablan de la herencia más
grande que podemos tener en nuestra vida, el mismo Dios. En lectura del primer
Libro de los Reyes, se nos cuenta la historia de Nabot. Nabot había heredado
una viña, y el rey habiéndose fijado en ella quería hacer todo lo posible para
quedarse con ella. El hecho de que fuese una viña es algo muy elocuente. La
viña de Nabot es imagen de la viña del Señor, es decir del Reino de Dios. Todos
somos parte de la viña del Señor y estar en la viña es sinónimo de Alegría, ya
que de ella mana el Vino de la Alegría. La mayor herencia que nos pueden dejar
nuestros padres y mayores, y que podemos dejar a nuestros hijos, es el Señor;
es decir la fe y el amor a Dios. Por eso Nabot estaba decidido a no perder
esto, porque es lo más preciado para él. Además, el rey quiere arrebatarle la
herencia con la idea de transformar la viña en algo totalmente distinto y de
menos valor, en una huerta. De esta manera se perdería la herencia del Señor
para Nabot. Nabot decide que a ningún precio la venderá, y por lo tanto que no
renunciará a su fe y por lo tanto a la herencia de sus padres; y esto le
acarrea la muerte. Nabot muere a manos del rey por proteger la heredad de sus
padres. Esto es un signo que anticipa el martirio como el que muchos sufrirán
por su fe a lo largo de los siglos. ¿Y tú? ¿estarías dispuesto a hacer lo mismo
que Nabot? O, al contrario, ¿te agarrarías a las cosas de este mundo, a
la huerta, al dinero, y a las cosas que dan seguridad aparente y no
dan la felicidad?
En el Evangelio de hoy, podemos meditar cómo quiere el Señor que amemos a
nuestros hermanos. Nada de ojo por ojo, sino la reconciliación y el amor al
prójimo, que es signo de salvación. Si te reconcilias con tu hermano, y no le
llevas cuentas, abrazarás el perdón, se hará justicia, tendrás Paz y vida
eterna. Además, el acto de reconciliarse con el hermano también puede ayudar a
que abrace la salvación que nos entrega Jesucristo.
Pedimos en este mes de junio, mes del Sagrado Corazón de Jesús, que el
mismo Jesús nos acoja en su corazón; en esa herida abierta que es la puerta más
grande del Amor. Pedimos la intercesión de nuestra madre, la Virgen de la
Visitación, para que siguiendo su ejemplo estemos siempre prontos a hacer la
voluntad de su Hijo: Haced lo que Él os diga.