Para la oración de hoy, tras serenar el
corazón, ponernos en presencia del Omnipotente, e invocar al Espíritu Santo, os
brindo un texto del Papa Francisco para que nos ayude a meditar sobre el
Evangelio de hoy:
Jesús revoluciona y sacude fuertemente
aquella mentalidad cerrada por el miedo y recluida en los prejuicios. Él, sin
embargo, no deroga la Ley de Moisés, sino que la lleva a plenitud (cf. Mt 5,
17), declarando, por ejemplo, la ineficacia contraproducente de la ley del
talión; declarando que Dios no se complace en la observancia del Sábado que
desprecia al hombre y lo condena; o cuando ante la mujer pecadora, no la
condena, sino que la salva de la intransigencia de aquellos que estaban ya
preparados para lapidarla sin piedad, pretendiendo aplicar la Ley de Moisés.
Jesús revoluciona también las conciencias en el Discurso de la montaña
(cf. Mt 5) abriendo nuevos horizontes para la humanidad y revelando
plenamente la lógica de Dios. La lógica del amor que no se basa en el miedo
sino en la libertad, en la caridad, en el sano celo y en el deseo salvífico de
Dios, Nuestro Salvador, «que quiere que todos se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad» (1Tm 2,4). «Misericordia quiero y no
sacrificio» (Mt 12,7; Os 6,6).
Jesús, nuevo Moisés, ha querido curar al
leproso, ha querido tocar, ha querido reintegrar en la comunidad, sin autolimitarse por
los prejuicios; sin adecuarse a la mentalidad dominante de la gente; sin
preocuparse para nada del contagio. Jesús responde a la súplica del leproso sin
dilación y sin los consabidos aplazamientos para estudiar la situación y todas
sus eventuales consecuencias. Para Jesús lo que cuenta, sobre todo, es alcanzar
y salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos
en la familia de Dios. Y eso escandaliza a algunos. […]
Son dos lógicas de pensamiento y de fe:
el miedo de perder a los salvados y el deseo de salvar a los perdidos. Hoy
también nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: a veces, la de
los doctores de la ley, o sea, alejarse del peligro apartándose de la persona
contagiada, y la lógica de Dios que, con su misericordia, abraza y acoge
reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación y la
exclusión en anuncio. […]
Curando al leproso, Jesús no hace ningún
daño al que está sano, es más, lo libra del miedo; no lo expone a un peligro
sino que le da un hermano; no desprecia la Ley sino que valora al hombre, para
el cual Dios ha inspirado la Ley. En efecto, Jesús libra a los sanos de la
tentación del «hermano mayor» (cf. Lc 15,11-32) y del peso de
la envidia y de la murmuración de los trabajadores que han soportado el peso de
la jornada y el calor (cf. Mt 20,1-16).
En consecuencia: la caridad no
puede ser neutra, aséptica, indiferente, tibia o imparcial. La caridad
contagia, apasiona, arriesga y compromete. Porque la caridad verdadera siempre
es inmerecida, incondicional y gratuita (cf. 1Cor 13).
La caridad es creativa en la búsqueda del lenguaje adecuado para comunicar con
aquellos que son considerados incurables y, por lo tanto, intocables. Encontrar
el lenguaje justo… El contacto es el auténtico lenguaje que transmite, fue el
lenguaje afectivo, el que proporcionó la curación al leproso. ¡Cuántas
curaciones podemos realizar y transmitir aprendiendo este lenguaje del
contacto! Era un leproso y se ha convertido en mensajero del amor de Dios. Dice
el Evangelio: «Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el
hecho» (Mc 1,45). […]
(Santa Misa con los nuevos cardenales,
15 de febrero de 2015, Papa Francisco)