Estamos a la espera de la venida del
Espíritu Santo en Pentecostés. Nuestra oración comienza pues por unirnos a la
Virgen María en el Cenáculo de la Iglesia y suplicar la “fuerza de lo Alto” que
nos haga testigos de Cristo. Nos puede ayudar esta oración del Cardenal
Verdier:
Oh Espíritu Santo,
Amor del Padre, y del Hijo,
Inspírame siempre
lo que debo pensar,
lo que debo decir,
cómo debo decirlo,
lo que debo callar,
cómo debo actuar,
lo que debo hacer,
para gloria de Dios,
bien de las almas
y mi propia santificación.
Espíritu Santo,
Dame agudeza para entender,
capacidad para retener,
método y facultad para aprender,
sutileza para interpretar,
gracia y eficacia para hablar.
Dame acierto al empezar
dirección al progresar
y perfección al acabar.
Amén.
El Espíritu Santo es la persona de la
Trinidad que une al Padre y al Hijo: es el Amor de Dios hecho persona, lazo de
unidad. La oración sacerdotal de Jesús, que hoy se lee en el Evangelio, pide
para nosotros el don de la unidad, que seamos uno como el Padre y Jesús son
uno: “que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también
lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”. El Espíritu
Santo es el que nos une con Dios y entre nosotros. Donde está el Espíritu, hay
unidad. Jesús alude a Él como la “gloria de Dios”: “También les di a ellos la
gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y
tú en mí, para que sean completamente uno”. Así lo explica san Gregorio de
Nisa: “Si se examinan atentamente las palabras del Señor, se descubrirá que el
Espíritu Santo es denominado ‘gloria’. Dice así, en efecto: les di a
ellos la gloria que me diste. Efectivamente, les dio esta gloria cuando les
dijo: Recibid el Espíritu Santo”. Es hermoso pensar y saborear que,
si el Espíritu Santo está en nosotros, nuestro cuerpo y nuestra alma son
templos de la gloria de Dios.
Estamos dando los primeros pasos de la
Campaña de la Visitación. Hoy podemos imitar a la Virgen en el olvido de sí
misma, tratando de ser instrumentos de unidad, viviendo la espiritualidad de
Nazaret, creando familia a nuestro alrededor, generando alegría,
servicialidad... Si tenemos algún enfrentamiento, distancia, en nuestro
corazón; si cerca de nosotros hay división, enfrentamiento... recemos esta
oración de Jesús y pidamos que la gloria del Espíritu resplandezca en nosotros,
trabajando por superar esa división.
Pedimos también el don de la unidad para
la Iglesia, que el Espíritu Santo nos haga sentir el escándalo que representa
la división de los cristianos y el grave impedimento que supone “para que el
mundo crea”, para la misión que Cristo nos encomendó. Por eso, nos unimos a la
oración de Jesús y pedimos con confianza que las diversas confesiones
cristianas avancemos en el camino hacia la plena comunión en la fe y en los
sacramentos, hasta que formemos la única Iglesia de Cristo y podamos acercarnos
unidos a la Mesa de la Unidad que es la Eucaristía. Meditemos estas palabras de
san Juan Pablo II en su encíclica Ut unum sint sobre
ecumenismo: “Creer en Cristo significa querer la unidad; querer la unidad
significa querer la Iglesia; querer la Iglesia significa querer la comunión de
gracia que corresponde al designio del Padre desde toda la eternidad”.
¡Ven Espíritu Santo! ¡Ven Espíritu de
unidad! ¡Ven por María!