1 junio 2017. Jueves de la VII semana de Pascua – San Justino – Puntos de oración

Estamos a la espera de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Nuestra oración comienza pues por unirnos a la Virgen María en el Cenáculo de la Iglesia y suplicar la “fuerza de lo Alto” que nos haga testigos de Cristo. Nos puede ayudar esta oración del Cardenal Verdier:

Oh Espíritu Santo,
Amor del Padre, y del Hijo,
Inspírame siempre
lo que debo pensar,
lo que debo decir,
cómo debo decirlo,
lo que debo callar,
cómo debo actuar,
lo que debo hacer,
para gloria de Dios,
bien de las almas
y mi propia santificación.
Espíritu Santo,
Dame agudeza para entender,
capacidad para retener,
método y facultad para aprender,
sutileza para interpretar,
gracia y eficacia para hablar.
Dame acierto al empezar
dirección al progresar
y perfección al acabar.
Amén.

El Espíritu Santo es la persona de la Trinidad que une al Padre y al Hijo: es el Amor de Dios hecho persona, lazo de unidad. La oración sacerdotal de Jesús, que hoy se lee en el Evangelio, pide para nosotros el don de la unidad, que seamos uno como el Padre y Jesús son uno: “que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”. El Espíritu Santo es el que nos une con Dios y entre nosotros. Donde está el Espíritu, hay unidad. Jesús alude a Él como la “gloria de Dios”: “También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno”. Así lo explica san Gregorio de Nisa: “Si se examinan atentamente las palabras del Señor, se descubrirá que el Espíritu Santo es denominado ‘gloria’. Dice así, en efecto: les di a ellos la gloria que me diste. Efectivamente, les dio esta gloria cuando les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. Es hermoso pensar y saborear que, si el Espíritu Santo está en nosotros, nuestro cuerpo y nuestra alma son templos de la gloria de Dios.
Estamos dando los primeros pasos de la Campaña de la Visitación. Hoy podemos imitar a la Virgen en el olvido de sí misma, tratando de ser instrumentos de unidad, viviendo la espiritualidad de Nazaret, creando familia a nuestro alrededor, generando alegría, servicialidad... Si tenemos algún enfrentamiento, distancia, en nuestro corazón; si cerca de nosotros hay división, enfrentamiento... recemos esta oración de Jesús y pidamos que la gloria del Espíritu resplandezca en nosotros, trabajando por superar esa división.
Pedimos también el don de la unidad para la Iglesia, que el Espíritu Santo nos haga sentir el escándalo que representa la división de los cristianos y el grave impedimento que supone “para que el mundo crea”, para la misión que Cristo nos encomendó. Por eso, nos unimos a la oración de Jesús y pedimos con confianza que las diversas confesiones cristianas avancemos en el camino hacia la plena comunión en la fe y en los sacramentos, hasta que formemos la única Iglesia de Cristo y podamos acercarnos unidos a la Mesa de la Unidad que es la Eucaristía. Meditemos estas palabras de san Juan Pablo II en su encíclica Ut unum sint sobre ecumenismo: “Creer en Cristo significa querer la unidad; querer la unidad significa querer la Iglesia; querer la Iglesia significa querer la comunión de gracia que corresponde al designio del Padre desde toda la eternidad”.

¡Ven Espíritu Santo! ¡Ven Espíritu de unidad! ¡Ven por María!

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