Al preparar, hoy,
nuestra oración, caemos en la cuenta de las palabras de Jesús en el evangelio; conviene que me vaya para enviaros
el Espíritu Santo. Es cierto. Lo necesitamos como el agua a la tierra
reseca. Nuestra vida personal, de relación, de trabajo y en este caso, de la
oración, serían vanos esfuerzos sin el apoyo del E. Santo.
Y nos encontramos, litúrgicamente hablando, disfrutando de
Cristo resucitado y en el camino de espera para actualizar un año más esa
venida del Espíritu. Por otra, estamos en el gran tiempo que anunció Jesús, “si
me voy yo os lo enviaré”. Es
decir, a través de la confirmación, la mayoría de nosotros, hemos recibido ya
este don maravilloso.
En este marco amplio de la Pascua y del E. Santo, intentamos
situar las lecturas que nos propone la Iglesia para el día de mañana.
En la primera, observamos la no imparcialidad de los
magistrados sobre Pablo y Silas. De hecho, se dejan presionar por el pueblo y
los sentencian a ser apaleados y meterlos en la cárcel. Y, por otra parte,
vemos la fuerza de Dios moviendo cimientos, rompiendo cadenas y, algo
sorprendente, se convierte el corazón de los que se hacen custodios de órdenes
inicuas.
Asimismo, llama la atención los hechos que ocurren después de
esa irrupción espiritual, “una sacudida tan violenta”. No sólo el momento, durante la noche,
sino que se rompa todo (material y espiritualmente hablando); que los presos no
escapen, que el carcelero pase de una actitud de suicidio a la de escucha,
conversión y bautismo con toda su familia; que se ponga a curarles y servirles
y que finalmente celebren una fiesta.
Ciertamente, parece que todo arranca de la oración; “Pablo y Silas oraban cantando
himnos a Dios”. Prestemos
atención porque esta actitud la tienen después de molerlos a palos y que los metieran en
la cárcel.
Con estos antecedentes, las palabras del Salmo 132, adquieren
una luz y fuerza especiales. Así, el dar gracias de todo corazón por ser
escuchado y el acrecer el valor en el alma para sufrir por el nombre de Cristo.
Todo, todo absolutamente, nace de esa misericordia eterna de Dios que le hace
no abandonar la obra de sus manos, tú y
yo.
Decíamos al principio que, la oración de mañana, la situamos
en clima de resurrección y venida del E. Santo. Por ello, meditar sobre el
evangelio, nos puede dar luz y ampliar resonanciassobre esos dos
acontecimientos en nuestras vidas.
“Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no
vendrá a vosotros el Defensor”. Jesús
sigue la voluntad del Padre, sobre Él mismo y sobre nosotros. Ciertamente, nos
cuesta que se nos quite “la vista y hermosura” de su presencia y ocurre que, “por
haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón”. En esta escalada espiritual, una
privación (su presencia), lleva a un don sorprendente; el envío del Espíritu
defensor.
¿Qué me pueden decir estas palabras de Jesús, tan llenas de
misterio y realismo por otra parte? «Y cuando venga, dejará convicto al
mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un
pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me
veréis; de una condena, porque el Príncipe de este mundo está condenado.».
Tenemos, no sólo el rato de oración, sino todo el día para pedir luz,
entenderlas e intentar llevarlas a la vida.
Quizás todo nos sea más fácil, entenderlo y vivirlo, desde el
corazón de nuestra madre la Virgen. Ella nos animará a perseverar en la oración
confiada; a ser mediadores para que otros descubran y alaben al Señor junto a
nosotros; a hacernos recipientes vacíos de ego, pero llenos de súplica,
confianza, servicio y “celebradores de fiesta” cuando la ocasión lo requiera.
Como hizo el carcelero con Pablo y Silas.
“Santa María, alcánzanos el gozo de la
Pascua; fe creciente, esperanza cierta, alegría desbordante, paz imperturbable
y amor ardiente".