“Cristo, una vez resucitado de
entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él”
Con estas palabras de la carta a los
romanos nos recibe hoy la liturgia de la Iglesia al comenzar la Eucaristía.
Vamos nosotros con ellas a comenzar nuestra oración, poniendo nuestro corazón
junto al de Cristo, ¡resucitado de entre los muertos!
La primera lectura sigue con los
primeros pasos de san Pablo en Europa, esta vez en Filipos, dónde toca el
corazón de una mujer, Lidia, que se bautiza con toda su familia y los hospeda
en su casa.
Era una vendedora de púrpura,
trabajadora, por tanto, que sacaba también adelante a su familia y “adoraba al
verdadero Dios”.
Pidamos hoy a la Virgen, en este
último tramo del mes de mayo, que toque también los corazones de los que nos
rodean, muchos de ellos buscadores del verdadero Dios, sin saberlo, en el fondo
de sus corazones, pero confundidos con los diosecillos que el mundo actual nos
pone delante de los ojos: consumismo, tecnología, diversión fácil, individualismo.
También cada uno de nosotros, atontados por lo que nos rodea, necesitamos, como
Lidia, de un san pablo que nos despierte y nos conduzca hacia el verdadero
Dios.
Jesús, en el Evangelio de hoy,
continúa diciéndonos lo mismo que a los apóstoles en el cenáculo. Mejor, nos
traslada allí y nos dice, sentado a la mesa con nosotros: “Cuando venga el
Paráclito, el Espíritu de la verdad, él dará testimonio de mi; y también
vosotros daréis testimonio”.
Dar testimonio de Jesús. Cada día, en
las flores del mes de mayo que dedicamos a la Virgen, le pedimos que sean suyos
nuestros anhelos de ferviente apostolado. En realidad le estamos pidiendo que
ella nos contagie ese espíritu misionero que vivió desde el mismo momento de la
encarnación.
Cada día ella intercede ante el Padre
para que nos envíe su aliento, su Espíritu. Cada día recibimos la fuerza para
ser sus testigos, a pesar de que, como también nos recuerda Jesús hoy, “llegará
una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios”.
Sin esperar a que lleguen días en
nuestra vida de verdadera persecución por el nombre de Cristo –algunos ya lo
estáis viviendo- el Señor hoy nos invita a la confianza, a estar cerca de su
Corazón. Porque, sea cual sea el momento en que él tocó nuestra vida, puede
siempre decirnos: “desde el principio estáis conmigo”. Yo lo traduzco diciendo:
desde que nos acercamos a María estamos con Cristo, y ese es el principio de
todo en nuestra vida cristiana.
Seguimos en Pascua, se acerca la
Ascensión. Él sigue a nuestro lado, nos ayuda a caminar y nos conduce a la vida
verdadera. “No tengáis miedo”. Porque “Cristo, una vez resucitado de entre
los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él”. Eso
mismo nos ha conseguido a nosotros, y ya en esta vida lo empezamos a percibir.