Hoy, en esta festividad del apóstol san Mateo, es un día para meditar
sobre mi vocación. Quizás todavía no he encontrado la forma de vida precisa
para realizarla, pero, a fin de cuentas, se resume en esa llamada que el Señor
me hace a seguirle, amándole por encima de todas las cosas. De qué manera, Él
me irá dando luces a través de los acontecimientos o de las personas que me
acompañan para concretarla, si no lo he hecho todavía. Lo mismo que un día el
Señor pasó delante de Mateo mientras estaba sentado a la mesa recaudando
impuestos, Él lo hace en mi vida y me llama: ¡Sígueme! ‘Y se
levantó y lo siguió’.
Cristo es el tesoro escondido o la perla preciosa que hace que venda todo para ir a comprarla; lo demás ya no tiene valor. Este es un buen momento para escucharle o seguirle o, si ya lo he hecho, refrescar y volver al primer amor, recordando el primer encuentro que tuve con Él y en el que, con su mirada, me sentí traspasado. Él pasa por mi vida: mientras trabajo, mientras estudio o estoy descansando, en la diversión o en mis obligaciones, en este momento de oración… Solo tengo que estar atento y escucharle. ¡Que no sea sordo a su voz!