Nos ayuda a iniciar nuestra oración
lo que la Iglesia pide en la Misa de este día: “Dios todopoderoso y eterno, que
nos has otorgado celebrar en una misma fiesta los méritos de todos los Santos,
concédenos, por eta multitud de intercesores, la deseada abundancia de tu
misericordia y tu perdón. Por Jesucristo, nuestro Señor”. Se presenta en esta
oración a los Santos como una “multitud de intercesores” para alcanzar
misericordia. Podemos recordar a esos santos concretos que son para cada uno
“amigos” y modelos, con los que tenemos una especial relación, porque nos han
ayudado su ejemplo o sus escritos o hemos sentido su ayuda. Les pedimos con
confianza que nos ayuden en el camino de la santidad.
Mediante este rato de oración nos
preparamos interiormente para participar con fe viva en la Eucaristía de este
día de precepto. Nuestra liturgia en la tierra se asocia a la alabanza continua
de nuestros hermanos que ya han llegado a la Jerusalén celestial y contemplan
gozosos el rostro de Dios. La primera lectura de hoy se asoma a esa liturgia
del cielo en la que los redimidos por la sangre de Cristo, “vestidos con
vestiduras blancas y palmas en las manos”, aclaman: “La alabanza y la gloria y
la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro
Dios, por los siglos de los siglos”. Hoy podemos vivir la Eucaristía
conscientes de nuestra unión con los santos, alabando con ellos a la Trinidad
Santísima, sintiendo su intercesión por nosotros.
En la plegaria eucarística, después
de la consagración siempre pedimos ser asociados a los santos en el cielo,
encabezados por la Virgen Madre de Dios:
“Que Él (Cristo) nos transforme en
ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con
María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y los
mártires, y todos los santos, por cuya intercesión confiamos obtener siempre su
ayuda” (Plegaria III).
“Ten misericordia de todos nosotros,
y así, con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y
cuantos vivieron en tu amistad a través de los tiempos, merezcamos por tu Hijo
Jesucristo, compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas” (Plegaria II).
Así, saboreando la Misa de este día
como anticipo de cielo, nos llenaremos de deseos de santidad y de confianza al
ver que tantos hombres y mujeres, débiles y pecadores como nosotros, han
alcanzado la gloria del cielo por la misericordia del cielo:
“Y a nosotros, pecadores, siervos
tuyos, que confiamos en tu infinita misericordia, acéptanos en la asamblea de
los santos apóstoles y mártires... y de todos los santos; y acéptanos en su
compañía, no por nuestros méritos sino conforme a tu bondad” (Plegaria I).