9 octubre 2016. Domingo de la XXVIII semana de Tiempo Ordinario (Ciclo C) – Puntos de oración

Hoy es domingo del mes de octubre. Un día de descanso de la semana. El día que los cristianos celebramos la resurrección de Jesucristo. Estamos en el mes de octubre, mes misionero y  del rosario. Te brindo estas palabras de la Madre Teresa (hoy ya Santa Teresa de Calcuta) sobre la oración y sobre el Rosario.
Lo primero que notaba la gente en la Madre Teresa cuando ésta iba a la oración era que inmediatamente se sumía en las profundidades de su ser. Sus palabras más repetidas en la oración eran: “Dios habla en el silencio del corazón. En el corazón no en la cabeza. La Madre Teresa siempre enseñaba lo que Nuestra Señora plasmó para nosotros: que no podemos orar satisfactoriamente quedándonos en la superficie del alma. Eso nos deja como una taza de papel: si nos quedamos en la superficie del mar, nos zarandeándonos por las olas y el viento de la distracción; en cambio, si profundizamos como un buzo en busca de perlas preciosas, encontraremos paz y tesoros. Las perlas no flotan en la superficie. Podemos pasar el día entero en el agua, de la misma manera que podemos pasar el día entero en oración, y volver a casa con las manos vacías, a menos que penetremos en las profundidades. La conciencia despierta normalmente se localiza en el nivel de la cabeza. Ahí es donde tenemos los cinco sentidos, y donde nos relacionamos con el mundo. Pero eso no es el lugar del encuentro con Dios, tenemos que pasar al nivel del corazón. El corazón, según la Madre Teresa entendía, representa el lugar del silencio interior, no de los sentimientos ni del sentimentalismo, sino de la profundidad interior, el silencioso lugar donde Dios habla. Te animo a que penetres en el interior, en un tiempo de paz  y oración.
El Señor revela a las naciones su justicia. También que nos revele ser justos y obedientes como el profeta.
Ser fieles, como nos dice Pablo en la segunda lectura; es doctrina segura: si morimos con él, viviremos con Él; si perseveramos, reinaremos con Él.
Curación y salvación
Una nueva curación del Señor, camino de Jerusalén, esta vez de diez leprosos. Piden ayuda desde lejos, como mandaba la ley. Y desde lejos los cura el Señor. Uno solo de los diez, un samaritano, extranjero y mal visto por los judíos, al sentirse curado, vuelve a Jesús, dándole gracias. Jesús reconoce la calidad de su respuesta y su condición de extranjero. Todos han sido limpiados de su lepra, solo el samaritano escucha: “tu fe te ha salvado” ¿Qué añade la salvación de extraordinario para un leproso como recobrar la salud? Aparentemente no añade nada, pero lo transforma todo. Enfermos y sanos, los humanos podemos vivir encerrados en nuestra finitud, con la muerte, como único horizonte, pero con un deseo de lo mejor que nada ni nadie puede eliminar; y podemos también vivir salvados, con la muerte, reconociendo en él la fuente inagotable de la que nace nuestra vida humana, esperando, todavía mortales, la vida eterna que Jesús prometió a los creen en él.
Estamos dentro del año de la misericordia. Jesús tuvo misericordia de los leprosos.
Los que vivieron con la Madre Teresa sabían que siempre llevaba el rosario en la mano, en todo lo que hacía y adonde quiera que fuese. Esa era su forma, no solo de ir de la mano de Nuestra Señora, sino de recordar y revivir su visión fundadora. Esta visión nos ayuda a comprender, y si así lo deseamos, a seguir a esta humilde galardonada con el Premio Nobel que puso toda su confianza en el corazón de María y que pasó la vida como sin duda está pasando la eternidad, al amparo de Nuestra Señora.

Levántate, vete; tu fe te ha salvado. Siempre de la mano de nuestra Señora.

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