26/10/2016, Miércoles de la XXX semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Antes de comenzar a meditar la Palabra, conviene seguir el consejo de San Ignacio de Loyola y purificar nuestra intención, cayendo en la cuenta de lo que quiero. Puede ayudar para ello repetir con el corazón, muy despacio, la siguiente oración: “Señor, que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de vuestra divina majestad”.
La Palabra de Dios que hoy nos brinda la Iglesia nos coloca ante una de las verdades más fuertes de nuestra vida: hemos nacido para no morir nunca. Fuimos creados por amor, por el Amor. Nuestra vida se sostiene por el amor que el Amor deposita en cada uno de nosotros. Y seremos juzgados al atardecer de la vida en el amor, por el Amor.
¿Es el amor, es el Amor, el que rige mi vida? ¿O son las relaciones de poder, las envidias, el éxito, el bienestar, el placer, la moda, las influencias... los motores de mi vida? En la primera lectura tenemos algunas pistas para concretar: “No como quien sirve a hombres, sino como esclavos de Cristo” (Ef 6,1-9)
Merecería la pena hacerse sinceramente estas preguntas, pues nos va la vida en ellas.
Pero reflexión o hacerse preguntas, por sí mismo, no es hacer oración. Un monólogo con uno mismo no es oración. La oración es diálogo, apertura y comunicación con Dios. La oración es un camino de amistad, que no consta sólo de palabras y conceptos, sino sobre todo de miradas, afectos, llamadas y respuestas.
Por eso, para entrar en amistad y en el servicio de nuestro Señor, lo mejor será sumergirse en la escena del Evangelio, y contemplar la mirada con que Jesús expone sus amistades, sus conocidos, su juicio.
“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. Pero no esperéis entrar por méritos propios o haciendo negociaciones con el portero. Es el Señor  quien abre y cierra dicha entrada. Todo es gracia. Haber comido y bebido con Él (¿Eucaristía frecuente?) no asegura nada. No es una cuestión de cumplimientos, sino de dejarse alcanzar por su amor, por el Amor.

“Señor, que tu mirada me reconozca en el atardecer de mi vida. Que mi vivir te resulte reconocible, no ajeno. Que no busque ser perfecto en mi vida, sino dejarme perfeccionar por Ti, por tu Amor, por tu Pasión. Acepto ser de los primeros, los del medio o de los últimos en esta vida, con tal de ser de tus íntimos en el cielo. Madre ayúdame”.

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