Antes de comenzar a meditar la
Palabra, conviene seguir el consejo de San Ignacio de Loyola y purificar
nuestra intención, cayendo en la cuenta de lo que quiero. Puede ayudar para
ello repetir con el corazón, muy despacio, la siguiente oración: “Señor, que
todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en
servicio y alabanza de vuestra divina majestad”.
La Palabra de Dios que hoy nos brinda
la Iglesia nos coloca ante una de las verdades más fuertes de nuestra vida:
hemos nacido para no morir nunca. Fuimos creados por amor, por el Amor. Nuestra
vida se sostiene por el amor que el Amor deposita en cada uno de nosotros. Y
seremos juzgados al atardecer de la vida en el amor, por el Amor.
¿Es el amor, es el Amor, el que rige
mi vida? ¿O son las relaciones de poder, las envidias, el éxito, el bienestar,
el placer, la moda, las influencias... los motores de mi vida? En la primera
lectura tenemos algunas pistas para concretar: “No como quien sirve a hombres,
sino como esclavos de Cristo” (Ef 6,1-9)
Merecería la pena hacerse
sinceramente estas preguntas, pues nos va la vida en ellas.
Pero reflexión o hacerse preguntas,
por sí mismo, no es hacer oración. Un monólogo con uno mismo no es oración. La
oración es diálogo, apertura y comunicación con Dios. La oración es un camino
de amistad, que no consta sólo de palabras y conceptos, sino sobre todo de
miradas, afectos, llamadas y respuestas.
Por eso, para entrar en amistad y en
el servicio de nuestro Señor, lo mejor será sumergirse en la escena del
Evangelio, y contemplar la mirada con que Jesús expone sus amistades, sus
conocidos, su juicio.
“Esforzaos en entrar por la puerta
estrecha”. Pero no esperéis entrar por méritos propios o haciendo negociaciones
con el portero. Es el Señor quien
abre y cierra dicha entrada. Todo es gracia. Haber comido y bebido con Él
(¿Eucaristía frecuente?) no asegura nada. No es una cuestión de cumplimientos,
sino de dejarse alcanzar por su amor, por el Amor.
“Señor, que tu mirada me reconozca en
el atardecer de mi vida. Que mi vivir te resulte reconocible, no ajeno. Que no
busque ser perfecto en mi vida, sino dejarme perfeccionar por Ti, por tu Amor,
por tu Pasión. Acepto ser de los primeros, los del medio o de los últimos en
esta vida, con tal de ser de tus íntimos en el cielo. Madre ayúdame”.