Empezamos nuestro
rato de oración ofreciendo el día de hoy, pidiendo ayuda al Espíritu Santo y
mendigando la misma a nuestros intercesores.
La primera lectura
debe leerse en clave de misericordia. En ella la inmensidad de Dios es
comparada con la pequeñez del hombre.“Señor, el mundo entero es ante ti,
como un grano en la balanza”. ¿Qué somos cada uno de nosotros en comparación con el Universo? Una
mota de polvo en una playa… “una
gota de rocío mañanero en la tierra”.
Pues siendo tan
pequeños, Dios no nos olvida, nos tiene en cuenta, nos ha elegido uno a uno
para darnos la vida, ha pensado en cada uno de nosotros como unos padres en el
niño que viene: ¿Cómo será
su carita? ¿Qué nombre le pondremos?. Está deseando perdonarnos si caemos. “Te compadeces de todos, porque todo
lo puedes y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan.
Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras
algo no lo habrías creado”.
Nos corrige sin ira,
con paciencia “es clemente y
misericordioso”. “Corriges
poco a poco a los que caen”.
Si después de estas
reflexiones, el corazón aún le percibimos seco, insensible, entremos en la
escena del evangelio y sintiéndonos Zaqueo, el pequeño, subámonos a un sicomoro
para ver a Jesús que pasa, cerca de nosotros.
Abelardo nos decía
sobre esta escena, Zaqueo sube con dificultad, al árbol para ver a Jesús y baja rápidamente del árbol
para tratarle personalmente, para conocerle, para hospedarle en su casa.
“Zaqueo subió al
árbol porque quería ver a Jesús, y éste le mando bajar para conocerle mucho
más: verle, escucharle, palparle, tenerle hospedado en su propia casa” (Abelardo de Armas – Aguaviva – febrero
1987).
En nuestra cabeza la
santidad se concibe como subir, esforzarse, echarle coraje y puños a la vida.
Nos creemos autónomos y cuando fallamos nos contrariamos y desfondamos. Jesús
en este pasaje nos habla de alcanzar el Reino de los cielos bajando.
Olvidamos que
nuestro modelo es Cristo que siendo Dios se humilló haciéndose hombre (exinanivit).
Por eso Zaqueo le encuentra bajando. Jesús viene en busca del hermano perdido
para traerlo a la casa del Padre. En este evangelio el pródigo se llama Zaqueo,
pero pródigos somos todos en algún momento de nuestra vida.
Acabemos nuestras
reflexiones con un coloquio con Jesús. Examinemos con el Maestro nuestro
corazón, pidiendo a la Virgen nos preste su “corazón para amarle” a Él y a los
hermanos. Que ella nos libre de esa dureza de corazón que nos hace insensible a
las necesidades de los que nos rodean.