En la primera lectura, el propio S.
Pablo nos hace el comentario–resumen de su relato; “para vivir en libertad
Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes y no os sometáis al yugo de
la esclavitud.”
Es consolador pensar y a la vez una
responsabilidad, interiorizar la entrega del Señor por cada uno para hacernos
libres. El apóstol invita a estar firmes ante la tentación para no vernos
sometidos a los distintos modos de esclavitud. Acojámonos a esta “maternidad” (hijos
de la mujer libre) que Jesús inaugura desde la cruz. ¡Cuánta verdad hay en
la expresión: “hijos de la libertad”! Tal como nos la presenta S. Pablo.
Mirando una y mil veces a Cristo en
la cruz, y su entrega, es como vamos calando en la repercusión de nuestras
esclavitudes. ¡Sólo os pido que le miréis! nos recuerda Santa Teresa. Ese “manteneos
firmes” de S. Pablo se nos irá regalando si no nos cansamos de mirar al
crucificado por nuestro amor.
Alabamos al Señor, de manera
reiterada, con el salmo. Pero se nos invita a reflexionar que “el Señor,
Dios nuestro, aunque elevado sobre su trono, se abaja para mirar al Cielo y la
tierra”. Y no es, podríamos decir, una mirada “de curiosidad para
entretenerse” sino que se moja con nuestra realidad, nos ayuda “levanta del
polvo al desvalido, alza de la basura al pobre”. Aquí se supone, en
nosotros, una actitud; exponerle nuestra miseria, nuestros pecados, nuestra
basura (dice textualmente el salmista). Esta doble direccionalidad (de Dios
respecto al hombre y viceversa) se concreta de manera maravillosa en la
confesión. Tanto se abaja aquí Dios que se cuela en el sacerdote para escuchar,
decirnos una palabra y regalarnos su perdón cariñoso.
Parece que va uniendo un hilo
conductor la primera lectura (mirando a Cristo, rechazar el pecado), en el
salmo (dejarnos limpiar y levantar del barro en la confesión) y en el evangelio
(no resistirnos a la conversión con disculpas de necesitar signos). Veámoslo
brevemente.
Jesús recurre a Jonás y a “la reina
del Sur” para destapar la incredulidad y resistencia a la conversión. En
efecto, los habitantes de Nínive se convirtieron al igual que esa reina viajo desde
lejos para admirar la sabiduría de Salomón. Inmediatamente después el Señor
aclara; “lo mismo será el Señor para esta generación” y “aquí hay uno
que es más que Jonás”. Solamente el Hijo de Dios puede autoproclamarse como
signo verdadero y mucho más, pues da su vida.
Había dicho Jesús: “Estos son mi madre y mis hermanos,
los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”. Sin duda esta es la actitud de
conversión que vemos ejemplarmente vivida en La Virgen y que más agrada a su
Hijo. Tomando de su ejemplo nos animamos a escuchar y cumplir esa palabra que
genera vida nueva.
Pidamos ayuda al Espíritu Santo y a
Santa María para conocer nuestras resistencias y autoengaños a la conversión.
Para que no miremos a otro lado entreteniéndonos con sucedáneos. El fondo de
nuestro corazón y de nuestra conciencia no nos engañan ¡hagámosles caso!: ahí
habla el Señor si somos sinceros y nobles con nosotros mismos.
En un par de días vamos a celebrar a
nuestra querida santa Teresa de Jesús. Ella recorrió durante media vida un
fatigoso camino de caer y levantarse para volver a caer y mirar de nuevo al
Señor. No vamos a ser nosotros menos en nuestra condición de pecadores. Pero
también hemos experimentado la bondad del Señor. Le hemos contemplado ¡tantas
veces en la cruz!
Os dejo estas palabras de Teresa para
ir preparándonos a su fiesta:
"Con tan buen
amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer,
todo se puede sufrir: es ayuda y da esfuerzo, nunca falta; es amigo
verdadero" (V. 22, 6).
“Mirad que no está
aguardando otra cosa como dice a la esposa, sino que le miremos. Como le
quisiereis, la hallaréis" (C 26, 13).
"Representad
al mismo Señor junto con vos y mirar con que amor y humildad os está enseñando;
y creedme, mientras pudiereis no estéis sin tan buen amigo… (C 26, 13).