¡Ay de vosotros...!
Estas exclamaciones de Jesús
surgen ante la hipocresía de los grupos de perfectos, que se presentan como la
medida y esquema válido al que todos se tienen que ajustar. Cumplen la letra de
la ley, pero dejan de lado el sentir de la misma ley. Pasan por alto, dice
Jesús: “el derecho y el amor de Dios”. ¿De qué les sirve esa puntualidad legal
si está hueca? No sirve de nada. Por eso el ¡Ay! Ya no significan nada. Tumbas
sin señal pisoteadas por todos.
Y la queja del maestro de la ley:
“Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros”. Pues para ellos va la
advertencia: “abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros
no las tocáis ni con un dedo”. Apelan a la ley, pero burlan la ley. Un problema
muy común que la sabiduría popular explica: el que hizo la ley, hizo la trampa.
Son preceptos humanos que se interponen entre lo señalado por Dios y lo que
realmente importa. Jesús destapa lo que se esconde en esa intolerancia e
intransigencia: dejan de lado el derecho y el amor de Dios. Y si esto se
desconoce, la ley ya no da vida, sino que genera muerte.
¿Cómo nos situamos
nosotros? ¿Somos jueces implacables para las realidades humanas?
¿Soy intransigente con
el pecado de los demás, pero no con el mío?
Señor, tú sabes más que yo. Ayúdame a que no viva de esta forma; a que acompañe y me deje acompañar; a ser dócil; a ser sencillo, no complejo, a ser Tuyo.