A la luz de los textos que nos
propone hoy la liturgia, te propongo tres puntos que pueden encarrilar tu
oración hoy.
1º.- Nuestro Dios es un Dios que
salva. Dios es el más interesado en salvarnos. Toda la historia de la humanidad
está enfocada a este propósito. Cristo ha muerto por nosotros y por nuestra
salvación. Dios quiere que todos los hombres se salven y que alcancen la vida
eterna.
2º.- Dios posee un corazón tierno
y se apiada de nosotros. Por eso prefiere a los más débiles; se acerca a los
pecadores y se insinúa con delicadeza. Vio a una mujer encorvada desde hacía 18
años y le entró compasión: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad”, Tienes que
sentir en esta mañana que Dios se fija en ti, que te ve tan débil y se apiada
de ti. Quizás llevas muchos años encorvado por el peso de tus miserias; mira a
Jesús y pídele: Señor apiádate de mí y cúrame.
3º.- En tercer lugar, tienes que ser consciente de que eres Hijo de Dios. El precio que ha pagado el Señor para hacernos hijos de Dios ha sido muy alto: su crucifixión, muerte y resurrección; y todo esto no ha sido en vano, sino que nos ha metido de una forma muy especial en la familia de Dios hasta ser sus hijos y por tanto somos herederos de Dios, coherederos con Cristo. Por lo tanto, ya no podemos ser siervos de nada ni de nadie y podemos gritar con fuerza: “Abba, Padre”.