¡He echado toda la carne en el asador! ¡Lo he dado todo! ¡He trabajado
hasta el último aliento! ¡No me he reservado ninguna gota de sudor!...
Pero, es más, ¿he echado todo lo que tenía para vivir? Si puedo
responder que sí a esta pregunta, seré alabado por el Señor. Frente a la vida
llena de apariencias en la que tenemos que decir continuamente lo que valemos y
lo que sabemos, está la discreción de esta pobre viuda. Sólo Jesús la ha visto.
“Cuando hagáis oración meteos en vuestro cuarto…”, “cuando hagas limosna que tu
mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda”… Pero Jesús lo ve todo, es
suficiente.
Hay que darlo todo: en la entrega, en el dinero, en la pasión por el Señor, en la vida. ¿Para qué quedarnos con migajas de tierra si hay un tesoro en el cielo?