En hebreo, “Amén” designa la solidez del granito. ¡Bella y significativa
relación! Jesucristo es el Amén de Dios, la prueba de que sus promesas son tan
inquebrantables como una roca. En esta solidez de Cristo podemos nosotros
apoyarnos para decir sí a Dios.
Todo el que por el bautismo se ha convertido en otro Cristo es, a su
vez, un apoyo para los otros. Que nuestro "sí" sea para la
gloria de Dios. Que nos transforme en luz y sal de la tierra.
Se trata de llegar a ser un tipo de persona de la más alta exigencia y
perfección: amar a los enemigos, rezar por los que nos persiguen. Dar y darse
del todo sin reservas. Sin medida. ¡Más, más y más!
Que no se vuelva sosa la sal, que no se apague la luz. Señor, que demos
sal y luz al mundo.
En tu invitación hay una advertencia: la vocación puede debilitarse,
perder su vigor después de un tiempo de generosidad. Entonces nos volvemos
sosos, inútiles.
Madre nuestra de la Visitación, que no perdamos el sabor de Dios.
Vosotros sois la Luz del Mundo. Sin ella. no hay color, ni belleza, ni
vida. Los militantes tenemos que ser luces en la noche.
Lo seremos en la medida en que seamos transparentes y penetrados de la
luz de Cristo.
¿Qué oración me sugiere esto? El discípulo, el militante, es un hombre
que irradia luz. ¡Sé mi luz, enciende mi noche!
Lo que el mundo y tus compañeros esperan son actos: la luz de la que
habla Jesús es una vida. Él en ti. Tú en el mundo, pero sin ser del
mundo.
Madre nuestra de la Visitación, que no perdamos la luz de Dios.