La madre de Jesús “guardaba todas estas cosas en su corazón”. Ese
corazón inmaculado quiere ser nuestro refugio y estímulo para nuestra vida
cristiana. Late al unísono con el de su hijo Jesucristo, fuente de vida y
santidad. Guardemos nosotros también las cosas de Jesús en nuestro corazón, sus
palabras, sus sentimientos y actitudes, sus promesas. Jesús nació antes de los
siglos del corazón del Padre, fuente y origen de todo. Así, el corazón es el
núcleo de la persona, su intimidad y vida. Dios nos ha hecho con corazón, como
Él.
“Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios”. Nuestra oración
es oración desde el corazón; las ideas solo son buenas cuando pasan por el
corazón, y ahí está el trabajo de la oración: “reflectir sobre uno mismo para
sacar algún provecho”, dirá san Ignacio de Loyola.
Madre, como en Fátima, enséñanos a orar con sencillez, con la vida, con el corazón.