Me gustaría seguir un hilo conductor para la oración de este día, jueves
de la 9ª semana del TO, y que me parece recoge bien el sentir de la liturgia
del día. Lo tomo de esa magnífica escuela de oración que son los EE.EE. de
San Ignacio. Al terminar los EE.EE., en la contemplación para alcanzar
amor, Ignacio propone la siguiente petición: conocimiento
interno de tanto bien recibido, para que yo enteramente reconociéndolo, pueda
en todo amar y servir a su divina majestad (EE.EE.
233).
En todo amar y servir. El punto de partida es
el reconocimiento de tanto bien recibido. Bienes de todo tipo: materiales,
psicológicos, sociales y espirituales. Por mi profesión tengo que enseñar a mis
alumnos la constitución de la materia y sus propiedades, y, cada día me admiro
más de la maravilla que supone la creación. Hace unos días, en clase comentaba
que cuando pensemos en la Tierra, pensemos que es la casa común de todos. Es
una verdadera casa que, al igual que la de nuestros padres, la recibimos
gratuitamente, como un regalo... Solo desde el agradecimiento podremos amar y
servir: a todo y a todos; y con ello dar gloria a Dios.
Amar en todo, pero ¿cómo se hace? Me parece que es amar la realidad tal
como es y como se presenta. Con sus múltiples caras. Reconoce la perfección de
las cosas y sus leyes. Ama la creación y trabaja por su cuidado. Ama el mundo y
sus cambios. Desea trabajar por la perfección del mundo y su santidad. ¿Y por
dónde empezar? Por el trabajo que supone aspirar a la santidad cada día, en la
oficina o en la fábrica, en la familia, con los amigos. En todo amar y servir
es dar gloria a Dios desde nuestra vida. Por ejemplo, desde el matrimonio, como
nos lo recuerda la primera lectura sobre la historia del joven Tobías. El
matrimonio es la base de la familia porque de él viene la humanidad y es un
regalo de Dios que se nos da.
El salmo recoge los beneficios que trae nuestro hilo conductor del en todo amar y
servir. Primero trae felicidad: dichoso el que teme al Señor.
Después una familia fecunda y finalmente prosperidad de por vida, con un buen
trabajo de cuyo fruto se come.
Finalmente, en todo amar y servir, se recoge bien el deseo de la Iglesia de establecer en el mundo el reinado del Corazón de Jesús, pues en él habita la plenitud de la verdad y la caridad.