15 febrero 2013. Viernes después de Ceniza – Puntos de oración

Al inicio de este tiempo de Cuaresma, la lectura del Evangelio nos puede querer indicar, de manera figurada, que “el novio ya no está entre nosotros”, es decir, que es tiempo de ayunar. En el tiempo de la Navidad en el que Dios se hizo carne visible entre nosotros, vivimos un tiempo de fiesta y celebración. Después vino el tiempo ordinario en el que la Liturgia de la Iglesia nos presentaba una sucesión de acciones y milagros del Señor durante su vida pública. De alguna manera eran los tiempos en los que “el novio estaba con nosotros” y se nos manifestaba. Ahora, en el tiempo de Cuaresma, toca ayunar como los discípulos de Juan. No tanto porque el novio ya no esté con nosotros (también estaba en Galilea en tiempo de los discípulos de Juan) sino por que inicia el camino hacia su inmolación, y este camino no es un camino de fiesta sino de oración, penitencia y ayuno.
Y ¿cómo podemos entender esto de ayunar?, porque el lenguaje de la primera lectura también es figurado, es decir, no podemos entenderlo de manera literal. Nosotros no tenemos prisiones que podamos abrir, o cerrojos que romper, o desnudos a los que vestir. ¿Cuáles son nuestras prisiones? ¿Cuáles nuestros cerrojos? ¿Quiénes nuestros oprimidos? Esos son los pecados del pueblo de Israel: “denuncia a mi pueblo sus delitos”, pero ¿Cuáles son los nuestros?
Lo primero que podemos observar es que el ayuno que el Señor quiere está siempre en función de los demás, es decir, en función de la caridad para con otros, no centrada en uno mismo. Por tanto, no se trata de ayunar o mortificarse para atraer las miradas y la atención del Señor. Si no que el ayuno a de ser ayuno de uno mismo. Ayunar de lo mío para dárselo a los demás. En definitiva, la ley de la caridad vivida con mayor intensidad y radicalidad en este tiempo de Cuaresma.
Se trata de hacer saltar los cerrojos de mi egoísmo con acciones concretas. Esto implica quitar algo de mi tiempo para visitar a un anciano o un enfermo y así abrir su prisión de injusta soledad. O comerme mi orgullo y tener un detalle con ese familiar, amigo o vecino y desbloquear esa relación haciendo saltar los cerrojos del orgullo herido. O perdonar aquella ofensa que me hicieron y dejar volar libre a mi corazón, oprimido por el resentimiento durante tanto tiempo. O compartir algo de mi dinero, mis cosas, mis posesiones aunque estos sean escasos. O dedicar tiempo a aquellos con los que nadie quiere estar porque son desagradables, raros o insoportables, y así hospedar a los pobres bajo un techo afectivo en el que cobijarse. O vestir al que ves desnudo de virtudes, con un comentario positivo evitando toda crítica o maledicencia. O cuidar especialmente a los de casa, a esos que, precisamente por estar día a día con ellos, apenas atiendo, acojo, consuelo o mimo.
Todo esto y mucho más es el ayuno que el Señor quiere hoy de mí y de ti.

Archivo del blog