9 febrero 2013. Sábado de la cuarta semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

* Primera lectura: Concluimos hoy la lectura de la carta a los Hebreos y acaba con una exhortación que resume toda la doctrina de la carta: el sacerdocio de Cristo y nuestra perseverancia en la fe. Ahora se nos pide que nosotros mismos ofrezcamos a Dios, como sacerdotes, el sacrificio y la ofrenda de nuestra vida:

  • ofrecer a Dios un sacrificio de alabanza,
  • pero a la vez «no os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente»,
  • y dentro de esta apertura a los hermanos está también la obediencia a los responsables de la comunidad cristiana.

La bendición final concentra toda la carta: el mismo Dios que envió a Cristo y le resucitó de entre los muertos, nos ayudará también a nosotros para que en nuestra vida cumplamos su voluntad y hagamos toda clase de bien, ayudados por el mismo Jesucristo.  Este es por lo tanto un óptimo programa para nuestra vida cristiana: que alabemos a Dios, con unos labios movidos por la fe y el amor (en la Eucaristía, fuente y cumbre de toda la vida cristiana) y a esto se una la ofrenda de toda la vida: nuestro culto a Dios es nuestra misma existencia, ofrecida a él como nuestro sacrificio sacerdotal (el sacerdocio común de todos los bautizados, con la ofrenda de nuestras vidas, en consonancia con la doctrina de Pablo en Romanos 12: «estos son los sacrificios que agradan a Dios»).

Nos ayuda esta cita del Concilio Vaticano II: «Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, a su nuevo pueblo lo hizo reino y sacerdote para Dios, su Padre. Los bautizados son consagrados como mansión espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios, y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable... Por ello, todos los discípulos de Cristo... han de ofrecerse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios, han de dar testimonio de Cristo en todo lugar, y a quien se la pidiere han de dar también razón de la esperanza que tienen en la vida eterna.» (Lumen Gentium n.° 10.)

Tanto en la vida de familia como en la de fraternidad religiosa o en la comunidad cristiana, esta es la religión verdadera, el sacrificio que agrada a Dios: una vida que a la vez está abierta hacia Dios con la alabanza y hacia el prójimo con una actitud generosa de ayuda y caridad.

* Evangelio: dejamos la palabra a San Cesáreo de Arles (470-543) monje y obispo, en Sermón Morin 26, 2-5; PLS IV*, 297-299

“Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos”

“La auténtica misericordia que está en los cielos (Sal 35,6) es Cristo, Nuestro Señor. ¡Cuán suave y qué buena es la misericordia que, sin que nadie la buscase, ha bajado del cielo y se ha abajado para levantarnos a nosotros!...

Cristo nos ha prometido estar con nosotros hasta el fin del mundo, como él mismo nos lo dice en el evangelio: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo.” (Mt 28,20) Hermanos, ved su bondad; está ya a la derecha del Padre y quiere seguir viviendo con nosotros en la tierra. Con nosotros quiere pasar hambre y sed, quiere sufrir con nosotros, padecer exilio con nosotros, incluso no rechaza estar prisionero y morir con nosotros (Mt 25,35ss)... Mirad qué amor nos tiene; en su inefable ternura quiere sufrir en nosotros todos estos males.

Sí, la auténtica misericordia venida del cielo, Nuestro Señor Jesucristo, te creó de la nada, te buscó cuando andabas perdido, te ha rescatado cuando fuiste vendido... Todavía ahora, Cristo se digna incorporarse cada día a la humanidad. Desgraciadamente, no todos los hombres le abren la puerta de su corazón”.

ORACIÓN FINAL:

Dios todopoderoso, concede a los fieles, que se alegran bajo la protección de la Virgen María, verse libres, por su intercesión, de todos los males de este mundo y alcanzar las alegrías del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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