Hoy, como le sucedió al evangelista san Mateo, nos lo narra el evangelio de este día, se puede meter, el Señor, en mi vida. Claro, si le dejo. Si le escucho. Si humildemente me esfuerzo en ponerme en su presencia o dejarle que se acerque a mi vida quitando los obstáculos... Él rompe las cadenas, los hilillos que me tienen encadenado a mis limitaciones, caprichos, limitaciones…
Ponte en silencio y lee con detenimiento el l texto del evangelio de este día y escucha.
¡Ven, sígueme! ¡Ven, sígueme!
¿Qué te ha sucedido cuando en algún momento de tu vida te has enamorado? Prácticamente has intuido que te decía la persona que te amaba, ¡Ven, sígueme! Queremos hacer un proyecto común, vivir en intimidad y que lo sellaremos con compromiso, por medio del matrimonio. La vida entonces cambia. Dejo de mirarme a mí mismo y me encuentro con alguien que está dispuesto a compartir mi vida. Ya he encontrado la razón para vivir, para amar. Mi vida a cambiado. Es siempre una novedad, que me sorprende con luces y sombras. Pero entre dificultades se recorre este camino con esperanza porque el Señor siempre va delante, como buen pastor.
Pero si lees despacio este evangelio, descubrirá que el Señor te llama para seguirle. Como dice san Ignacio de Loyola en labio de Jesús: “el que me quiera seguir en la pena, también me seguirá en la gloria”…
En lo profundo del corazón escucho esta llamada del Señor. De nuevo hoy me dirige otra llamada a la santidad.
Ahí tienes un texto de Madre Teresa de Calcuta, Beata.
“¿Cuál es la voluntad de Dios respeto a nosotros? Debes ser santo. La santidad es el don más grande que Dios nos puede hacer porque nos ha creado para este fin. Para aquel o aquella que ama, someterse es más que un deber; es el secreto mismo de la santidad… Todos hemos sido llamados a ser santos, y no hay nada de extraordinario en esta llamada. Todos hemos sido creados a imagen de Dios a fin da amar y ser amados…
Jesús desea nuestra perfección con un indecible ardor. Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación…”
Que Santa María en este sábado nos haga gozar de su misericordia al palpar nuestra miseria. Hoy finaliza así el evangelio: “no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan”. ¡Ven, sígueme, quiero perdonarte!