Hoy es primer domingo de Cuaresma, y la liturgia de la Iglesia nos
presenta, como primera puerta a superar de este camino que nos llevará a la
Pasión y la Pascua, el pasaje de las Tentaciones de Jesús en el desierto.
Por otra parte, hoy es el 83º cumpleaños de Abelardo de Armas, cofundador
de la Milicia de Santa María. ¡Cuántas veces nos ayudó a meditar en Ejercicios
y Retiros Espirituales este momento tan consolador de la vida de Jesús! Veamos
cómo lo explicó Abe en nuestra Revista Estar en el año 1991.
(…) Desde el principio el hombre fue tentado. Y desde el principio la Iglesia padece grandes
persecuciones.
Otras veces no creemos que estamos tentados, sino que el mal que nos
atormenta es a causa de nuestra miseria y pecado o de nuestras limitaciones.
Parece que es bueno humillarnos y reconocer nuestra pequeñez, y ciertamente
esto es bueno, pero sólo si nos lleva a confiar en la misericordia de Dios,
porque de lo contrario, cuanto más nos miremos a nosotros mismos es peor. El
estiércol huele más si se le revuelve.
Es difícil, pero debemos alegrarnos en las pruebas. La tentación, la
persecución, puede ser del mundo, del diablo o de nuestra propia carne, pero si
estamos vigilantes y acudimos a la ayuda de Dios, el mal se convierte en un
bien. Cuanto más tentados y probados somos, más amados de Dios. San Juan de
Ávila dice: “Señal es que no tiene Lucifer parte en ti, pues va tras de ti; que
si te tuviera, no te siguiera. Señal es de que te has ido de su reino, pues
tantos escuadrones de gente armada van en pos de ti”. Y en cuanto a la carne no
debemos olvidar que una cosa es sentir y otra consentir. Siente el cuerpo, pero
el alma puede no consentir.
Rezamos mucho más cuando las cosas nos van mal que cuando nos van bien. Y
en esta oración damos gloria a Dios y, además de confiar en su ayuda,
reconocemos nuestra pequeñez y miseria, con lo que la tentación viene a convertirse
en posibilidad de humildad.
Sin tentaciones, sin pruebas, no nos conoceríamos en nuestra pequeñez ni a
Dios en su grandeza. No comprenderíamos al que padece pruebas.
No hagamos caso de la tentación, es decir, no le demos conversación. Hoy,
como la imaginación de muchísimas personas está fuertemente herida por los
audiovisuales y la vida de sentidos, es difícil tener serenidad y paz para
anclarse en Dios en el momento presente.
(…) No nos olvidemos en ninguna prueba de acudir a la Virgen María. Quien vive unido a Ella y se
refugia en su Corazón de Madre, no tiene nada que temer. “Jamás se ha oído
decir que ninguno de los que han acudido a tu protección y reclamado tu socorro
haya sido abandonado de ti” dice san Bernardo en la oración del Acordaos.
Finalmente, el Maestro, Jesús, fue tentado y venció. Y con él venciste tú,
pues fue al combate como Cabeza de un Cuerpo, la Iglesia, del que tú eres miembro. Por
tanto, “si con él sufrimos, reinaremos con él y, si con él morimos viviremos
con él” (san Pablo)
(Revista Estar: “Agua Viva”,
agosto 1991)