La composición de lugar es muy sencilla: Estamos a las afueras de un pueblo, al borde del camino y Jesús reunió a los doce y les da sus recomendaciones e inician su experimento de apostolado. Es como si después de unas pocas lecciones de teoría correspondiese la práctica para seguir con la teoría hasta la cruz y la resurrección.
Van como enviados. Aunque les haría ilusión, pero seguramente necesitaron un empujón para dejar el grupo. Poco más adelante será el Espíritu Santo el que les empuje desde dentro a salir por el mundo. El que nosotros seamos cristianos ha dependido de ese salir. ¿Cómo sería sensato que les atendiesen los de los pueblos a los que llegasen? No eran todos iguales, ni eran muy buenos. También estaba Judas. ¿Cómo recibo yo a los enviados por Jesús? Si alguno pasase por Nazaret, aunque no fuese a residir a la casa de María, pero ¿cómo le escucharía ella? ¿Cómo intentaría poner en práctica sus instrucciones? Hablaría bien de él a pesar de que le oliese el aliento, le apoyaría.
Es muy fácil imaginarse que yo soy de los que están ahí y Jesús me envía. No voy yo porque quiero, es Él el que me manda a través de la Iglesia y por tanto es Él el que me da la fuerza espiritual para caminar. Es a Él al que tengo que predicar y no recortar o modificar su doctrina. Es Él el que da el fruto de mi trabajo (esto último habría que precisarlo). Lo primero que sorprende es que me envíe con otro. No dice si el otro viene de ayudante o soy yo el que le ayudo. Ni siquiera si eran amigos previos o sólo compañeros. En principio debo buscar la colaboración y por tanto la unión con otro que quizás no es la persona que más me gusta. Voy a cerrar los ojos y pensar en la persona que trabaja con migo y pedir por él y hacer actos psicológicos de amor hacia él y en cuanto pueda, hacer actos físicos. Es la primera persona a la que tengo que conquistar para Cristo. Este es un aspecto importante en el que no me voy a detener más, sólo decir que si el enamorado estudia los gustos de su pareja para complacerle en esos campos y hacerla la vida feliz ¿Me preocupo de estudiar a mi compañero para el tema?
Una pareja importante de apostolado es el matrimonio. Están haciendo apostolado en uno sitio esencial: los hijos (en plural). Sigo estudiando los gustos de mi cónyuge para hacerle la vida feliz o me dedico a machacarle los defectos para “educarle”. ¿Me considero apóstol enviado para los hijos o simple padre/madre o incluso intento disfrutar de mis hijos (seguramente disfrutar de mi único hijo, que para disfrutar y sentirme realizado, ya es bastante)? Seguramente si nos planteásemos la prole como personas a las que llevar al cielo, pasaríamos de dos.
Me desconcierta un poco eso del poder sobre los malos espíritus, que seguramente incluye lo de los milagros. ¿Por qué ahora hay menos? No lo sé.
Por último las condiciones de fiarse de la providencia y no de uno mismo. Cuando me fio de mí me equivoco y me caigo. Fiarse sólo de Dios y hacer lo que se buenamente se pueda. (Adecuadamente planteado es compatible con la famosa autoestima).
Para acabar miro de nuevo a Jesús, la oración no es tanto pensar cuanto mirarle a Él. Le miro y hago actos internos de amor y de confianza.
Santa María, enséñame y ayúdame a amar a tu Hijo.