Dios no quiere que se pierda ni uno solo de estos
pequeños.
Os invito a que comenzamos hoy la oración reconociendo
nuestra miseria y pequeñez. Un corazón sencillo y humilde es el que reconoce
que todo lo que tiene le ha sido dado. El discípulo de Jesús no ve en él nada
de qué gloriarse porque sabe que todo lo bueno que es y que tiene le es dado de
lo alto. Como San Pablo se siente orgullosos no de nuestros éxitos personales,
sino de haber creído en la muerte en cruz de Nuestro Señor Jesucristo.
Pero si sentimos que esta humildad no es para nosotros
porque nos vemos llenos de pecados y miserias, sucios y con las manos vacías.
Entonces estamos en una actitud perfecta para ser consolados, para ser llevados
a hombros por el mejor de los Amigos. Así, con esta visión de uno mismo es
fácil mirar a la Virgen, a la Inmaculada, hoy bajo el nombre de Nuestra Señora
de Guadalupe patrona de América y Filipinas, y sentirse consolado, comprendido,
escuchado desde lo más íntimo del corazón.
El profeta Isaías uno de los personajes protagonista del
adviento, en la primera lectura meditamos como anima a su pueblo que se siente
miserable, muy triste por el peso de los crímenes cometidos y le anuncia que el
mismo Dios va a venir a consolarles, a alegrarles la existencia, perdonándoles
todas sus culpas. Pero también anuncia que este consuelo no será automático,
que no será sin el consentimiento y la participación activa de cada uno. Es
necesaria una conversión, un cambio de comportamiento. Que cada uno allane los
caminos desnivelados y torcidos de su vida, que quite lo que le impide ir a
Dios y ponga todo el empeño necesario para recibir el abrazo del Señor.
Esta experiencia del Pueblo de Israel de la que todos
participamos en mayor o menor medida es la Buena Nueva del Evangelio que ahora
la Iglesia nos recuerda en estos días de adviento, días de preparación a la
Navidad.
En el Evangelio, Jesús nos dice a cada uno: ¿qué te parece
el siguiente caso? A un pastor que tiene cien ovejas se le pierde una, entonces
deja a las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida. ¿No crees
que si la encuentra se alegrará más por esa oveja que por todas las demás que
no se han extraviado? Pues lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere
que se pierda ni uno solo de estos pequeños.
Jesús es el buen pastor que cuida a todas las ovejas y que
cuando alguna se larga por ahí y se pierde, aún si cabe se interesa más por
ella y va tras ella hasta encontrarla y cuando la encuentra se la echa sobre
los hombros y la trae de nuevo al redil donde estará segura y bien atendida.
¡Qué consolador es saber que Dios no nos abandona en los peores momentos! Todo
lo contrario cuanto más pequeños nos veamos y más miserables nos sintamos, más
estrechados estaremos en los brazos de Dios que nunca nos suelta.
Jesús es el abrazo de consuelo que el
Padre regala a la humanidad. Seamos también
nosotros otro Cristo que abracemos a todos, especialmente a los más necesitados
de su misericordia. Tengamos especial cuidado de que todos los que nos traten
se sientan acogidos, escuchados y en la medida de lo posible atendidos. El
Corazón de Cristo, buen Pastor, quiere valerse de cada uno de nosotros para
abrazar al mundo, para consolar a la humanidad.