A Abraham se le promete un hijo; a la Virgen María,
como sabemos bien, también se le promete un hijo; a Zacarías, según nos
indica este evangelio, se le promete un hijo de igual modo. Lo que Dios regala
siempre es vida. La vida que tienes, que tenemos, es el principal regalo que
Dios nos ha hecho. Y es una vida presente ya, pero sobre todo futura, porque
esa vida debe renacer continuamente y siempre desplegar su potencialidad.
Zacarías, por otra parte, era un anciano cuando recibe su particular
revelación. No importa nuestra edad: siempre estamos a tiempo para que suceda
lo más importante de cuanto debe sucedernos.
Nos dice el salmo: “Que se llene mi boca de tu alabanza
y así cantaré tu gloria”.
La Virgen María con su “Sí”, “fíat a Dios” acogió este
eterno Misterio en su virginal seno y se convirtió en la Madre del Dios
encarnado por obra y gracia del Espíritu Santo. Su prometido esposo, el justo
José alertado por el ángel asumió la voluntad de Dios, y colaboró con María
haciendo las veces de Padre y Guardián del Hijo de Dios encarnado. Así,
acogiendo los designios divinos, hicieron posible la esperanza de un mundo
salvado por el Amor infinito del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
El Niño de Belén, Jesús, Verbo de Dios humanado, es el
protagonista de esta historia de amor de Dios con nosotros. Su presencia real y
sacramentada en la historia, en la que vino, viene y vendrá, se deja sentir
como caricia, ternura y regalo del “Dios Trino y Uno”, a la Humanidad de todos
los tiempos, y de forma personal a cada uno de los que acogemos el don de su
oferta. Él es la Felicidad misma, la Luz que disipa las tinieblas de este
mundo, la Llama ardiente que nos envuelve en el calor de su caridad infinita y
Misericordiosa, frente a la frialdad de este mundo, que gélido y brumoso por
los múltiples y graves problemas en que nos enredamos los humanos, gemimos
esperando el rescate definitivo de la Divinidad que nos ama y perdona, hasta
encarnarse, entrega su vida en la cruz, para nuestra redención, resucitar y
quedarse en la eucaristía con nosotros hasta su vuelta. Así nos los afirma la
fe: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su propio Hijo para salvarlo…”
Pensemos en este tiempo de oración en el que estamos cerca
del sagrario, o en nuestra casa reservemos un tiempo.
¿Cómo vivo la presencia de Jesús en este adviento?
¿Es Jesús fuente de misericordia en mi vida? Cuando me pesan los problemas,
¿acudo a Él? ¿Ofrezco esa confianza a mis conocidos cuando me hablan y los
remito a Él?
El modelo de nuestro caminar en la
vida es la Virgen María, ¡una sencilla muchacha de pueblo, que lleva en su
corazón toda la esperanza de Dios! En su seno la esperanza de Dios ha tomado
carne, se ha hecho hombre, se ha hecho Historia: Jesucristo. (Papa Francisco).