Primera lectura
Quien ama de verdad sabe de gozo y de
dolor. Quien no ama de verdad encuentra dolor en casi todo, incluso en lo que
parece bueno. La reflexión de san Juan sobre la vida en la luz de Dios continúa
siendo hoy guía de nuestra existencia, a través de la primera lectura. Si
creemos en Dios y en Jesucristo, volvamos a emprender con renovada ilusión el
camino que nos lleva hacia Él en fidelidad amorosa, aunque llenos de miserias
por nuestra flaqueza, pero con una confianza filial.
Conocer a Dios por la fe no es un
juego de pensamientos sino más bien un compromiso de vida asumido y mantenido
con gozo.
La carta de Juan es terminante: no
haya engaños en nuestra vida, pues, entre ser fieles o ser infieles no hay término
medio (aunque por nuestra debilidad fallemos muchas veces...pero a empezar de
nuevo sin cansarse...). Sólo la verdad, perfectamente asumida, con compromiso
de fidelidad, nos hace libres en el espíritu.
Miremos más alto, aunque hayamos de
tener siempre los pies en la tierra. Puesto que por medio de la fe y del
Bautismo hemos sido consagrados a Dios, unidos a Jesucristo y hechos
templo del Espíritu Santo, seamos un signo claro del amor que Dios nos tiene,
amando al estilo del amor con que Cristo nos ha amado.
Salmo
A Dios dirigimos el canto
nuevo que brota de la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Desde
la venida de Cristo ya no le cantamos a Dios, Él canta desde nosotros, pues
nosotros hemos sido unidos a Él como hijos por vivir en comunión con Cristo
Jesús, su Hijo. Y junto con los redimidos la creación entera se convierte en
una alabanza del Nombre de Dios. Nuestra vida, convertida en un canto de amor a
Dios como Padre nuestro, debe convertirse también en un cántico de amor
fraterno mediante el cual alegremos a los pobres y a los necesitados por
socorrerlos y ayudarlos a salir de sus limitaciones materiales. Ese anuncio
gozoso debe llegar también a los pecadores, los cuales, tratados con el mismo amor
con que Cristo busca la oveja descarriada hasta encontrarla y llevarla sobre
sus hombros de vuelta a casa, han de experimentar esa preocupación de Cristo
desde quienes creemos en Él.
Evangelio
Dios ha cumplido sus promesas de
salvación; en Jesús no sólo los Judíos tienen el camino abierto hacia Dios,
sino los hombres de todos los tiempos y lugares, pues el Señor vino
como luz de las naciones y gloria de su Pueblo Israel. Jesús es el consagrado
al Padre, y como tal está dispuesto a hacer en todo su voluntad.
Simeón ha recibido del Espíritu Santo
la revelación de que no moriría sin ver a Cristo. Va al Templo y, al recibir en
sus brazos lleno de alegría al Mesías, le dice: «Ahora, Señor, puedes, según tu
palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu
salvación» (Lc 2,29-30). En esta Navidad, con ojos de fe
contemplemos a Jesús que viene a salvarnos con su nacimiento. Así como
Simeón entonó el canto de acción de gracias, alegrémonos cantando delante del
Belén, en familia, y en nuestro corazón, pues nos sabemos salvados por el Niño
Jesús.
María y Jesús, y con ellos José,
hacen a Dios la ofrenda total. Jesús se ofrece a sí mismo para la obra que ha
de realizar. María ofrenda lo más grande que tiene, a su Hijo, para que se
culmine la historia de salvación. Y José, el hombre justo, ofrece a Jesús y
María, y se ofrece también a sí mismo para lo que Dios quiera, que será mucho
en la infancia y juventud de Jesús.
ORACIÓN FINAL
Dios y Señor nuestro, que por la
maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la
salvación, concédenos experimentar la intercesión de aquella de quien hemos
recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida. Él, que vive y reina por
los siglos de los siglos. Amén.