"En su predicación, el Señor Jesús se sirve con frecuencia de los signos de la creación para dar a conocer los misterios del Reino de Dios. Realiza sus curaciones o subraya su predicación por medio de signos materiales. Da un sentido nuevo a los hechos y a los signos de la Antigua Alianza porque Él mismo es el sentido de todos esos signos" (Catecismo de la Iglesia Católica 1151).
La palabra hebrea "Effetá", "ábrete", evoca a Ez 24,27: "Tu boca se abrirá, y hablarás". La expresión "con más insistencia lo proclamaban ellos" es una manera de mencionar la predicación evangélica en los primeros momentos... y el "todo lo ha hecho bien" puede ser una evocación del Génesis.
El Evangelio de hoy nos presenta el milagro a un hombre que no se cierra a la acción sanadora de Jesús. Jesús, ante la petición que le hacen para que sane a aquel hombre sordo y que apenas podía hablar, lo aparta de la gente y a solas con él, realiza el milagro.
Con este detalle, podemos interpretar que necesitamos espacios y momentos de silencio interior para que el Señor, en un encuentro personal con Él, realice en nosotros el milagro de disponernos a escuchar su mensaje y de capacitarnos para proclamarlo.
Por eso es necesario un esfuerzo constante para buscar y hallar esos espacios y momentos en los cuales podamos percibir lo que Dios nos dice y disponernos así a escuchar a las personas que nos rodean, especialmente a las más necesitadas de atención.
Jesús abre nuestros oídos para que podamos escuchar. Todos necesitamos que Dios mismo abra nuestras mentes y nuestros corazones, nuestros oídos interiores, para poder escucharlo. El gesto de la imposición de las manos, realizado por Jesús al obrar el milagro, significa la comunicación del Espíritu Santo, que nos hace posible oír, comprender, acoger y poner en práctica lo que Dios nos dice.
Sentir hoy como dicha para mí aquella palabra pronunciada por Jesús en arameo: “Effetá” (“Ábrete”). Con ella, Él quiere comunicarme su Espíritu, no sólo para abrir mis sentidos y mi mente de modo que pueda percibir y comprender sus enseñanzas, sino además para que me mueva a compartirlas con los demás, empezando por aquellos que pueden estar más necesitados de ellas.
Es preciso que nos animemos a hablar de Dios. Pero “hablar de Dios” no es andar echando sermones aburridos, sino expresando con nuestra alegría, con nuestro testimonio constructivo, que Aquél que “todo lo hizo bien” sigue actuando a través de nuestra disposición efectiva a colaborar con Él, para hacer cada vez más de este mundo un lugar donde se escuche y se proclame a Dios, que es Amor y que se manifestó personalmente en Jesucristo, nuestro Señor.
Oración Final: Oh Dios, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión materna de la que nos ha dado a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.