Puntos para la oración 24 febrero 2010

Hoy las lecturas de la misa nos impulsan fuertemente a la conversión: a una transformación profunda de los afectos (“un corazón puro, un corazón quebrantado y humillado”), a una renovación interior honda (“renuévame por dentro con espíritu firme”), que sólo conseguimos en el contacto íntimo con el Señor (“misericordia, Dios mío, por tu bondad…”). Los habitantes de Nínive se convirtieron “de su mala vida y de la violencia de sus manos”, porque “creyeron en Dios” e “invocaron fervientemente a Dios…”. Vemos en las lecturas que cuando nuestra “conversión de la mala vida” se traduce en obras, Dios se compadece y nos desborda con su misericordia. Podemos fijarnos en algunos detalles de las lecturas de hoy.

1) Los ninivitasse convirtieron con la predicación de Jonás”. Hoy Jesús reprocha a su generación que no son capaces de reconocerle: que no escuchan su sabiduría y no se convierten con su predicación. ¿Y nosotros? Nos puede pasar como a la gente de la generación de Jesús: nos parece que ya nos sabemos el Evangelio, y que no puede decirnos nada nuevo. Corremos tras las novedades, y no reconocemos que lo que necesita nuestro corazón lo tenemos al lado, dentro, donde habita Jesús: 

2) “Aquí hay uno que es más que Salomón… Aquí hay uno que es más que Jonás”. Jesús en el sagrario, es más que Salomón y que Jonás. ¿Lo valoramos así? Cuenta Abelardo que al escritor Alejandro Manzoni, ya en su vejez, «sus hijos no le dejaban salir un día de casa porque estaba la calle nevada. Estuvo todo el día contrariado, hasta que al anochecer le dijeron sus hijos: “-Papá, ¿qué te pasa que estas hoy así?”. -“Pues que tenía un billete de la lotería vencido, y hoy era el último día para cobrarlo. No me habéis dejado salir de casa y no he podido cobrar. Ha expirado el plazo y hemos perdido diez millones de liras”. –“Pero, papá, ¿por qué no lo has dicho? Te hubiéramos acompañado”. Luego, cuando ya estaban todos allí muy excitados, comentó: “En realidad, no tenía ningún billete de lotería, pero me habéis dejado sin comulgar, que vale más que diez millones de liras, y ninguno me habéis dicho: Papá, te acompaño yo”» (Rocas en el Oleaje, pp. 50-51).

Digamos a Jesús: que no me acostumbre a tu presencia. Que no me venza la rutina. Que cuando te escuche (por ejemplo en las lecturas de la misa, o en la lectura de las Escrituras) lo haga con todos los sentidos volcados hacia ti, como María a tus pies en Betania. Que me admire de tu sabiduría y de tu bondad, como lo hacían las gentes sencillas al escucharte y ver tus signos. Que me convierta con todo mi ser y que mis intenciones, acciones, deseos… vayan encaminados puramente hacia Ti.

3)La gente se apiñaba alrededor de Jesús”. Querían estar tan cerca como les fuera posible, para no perderse ni una palabra, ni un detalle de Jesús. Hoy nuestra civilización rechaza el contacto físico. Sin embargo en tiempos de Jesús se apretujaban en torno a él (como dicen los apóstoles en el pasaje de la hemorroísa: “«Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”» (Mc 5, 31). «A causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle» (Mc 3, 9-10). “Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos” (Lc 6, 19). Juan también le tocó y fruto de este contacto es su evangelio: “Lo que existía desde el principio (…) lo que tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida… os lo anunciamos” (1 Jn 1, 1)

Oración final. Conviérteme, Señor: Que en la oración y a lo largo del día sepa reconocerte por la fe, como lo hizo Juan a orillas del lago: “¡Es el Señor!”, me conmueva ante tu predicación y tu sabiduría. Que me ponga muy cerca de ti, formando una piña contigo, que te dejaste tocar y que te has quedado en la Eucaristía no sólo para que te toquemos, sino para que te comamos…

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