Comenzamos la oración poniéndonos en manos de Dios Padre con la confianza de un niño. Dejamos que el Espíritu Santo ore en nosotros con sus gemidos inefables: ¡Abba, Padre! Llamamos a María con la palabra aramea con que se dirigía a Ella: ¡Imma, Madre! Nos disponemos a escuchar su Palabra que es siempre una palabra que da Vida.
Puntos de oración
“Le pidieron un signo del cielo”. La petición de los fariseos descorazona a Jesús. Aquellos hombres están ante el gran signo que el Padre ha enviado: su propio Hijo, hecho carne, cuyas palabras y obras dan testimonio de la misericordia del Padre de los cielos. Pero sus ojos no lo reconocen, quieren algo espectacular. No están dispuestos a aceptar que Dios se haya hecho cercano, sencillo, caminante al compás de los hijos de los hombres. Les escandaliza la encarnación.
Me sitúo entre aquellos hombres de corazón endurecido y exigente con Dios: yo también tengo mucho de ello. Le pido al Señor más pruebas de su amor, que haga lo que yo quiero. Y el Señor me dice: “Me tienes a Mí: por ti he bajado del cielo a la tierra, por ti me he cansado, por ti he sufrido la cruz…”. Le doy gracias por ser la señal, la prueba fehaciente de que Dios ama a la humanidad.
Jesús, en lugar de elegir la espectacularidad, el mostrar su poder para salvarnos, elige el camino de la cruz y del sufrimiento. Aceptar un Dios crucificado exige la conversión del corazón, pero es el camino del amor que desciende al abismo de dolor de la humanidad para sanarlo con su presencia y llevarlo a la pascua de resurrección.
“Sabed que, al ponerse a prueba vuestra fe, os dará constancia”: el apóstol Santiago nos invita a no ceder en los momentos de prueba sino a ver la cruz como una posibilidad de crecer en la confianza en Dios, de madurar en el amor. La constancia en el amor, la fidelidad en las horas bajas perfecciona y fortalece el corazón del hombre. Pero sólo unidos a Cristo podemos hacer la experiencia del paso de la cruz a la resurrección.
“Reconozco, Señor, que tus mandamientos son justos, que con razón me hiciste sufrir”. Esta confesión humilde del orante del salmo nos ayuda a reconocer que ciertas pruebas nos han hecho un gran bien, pues Dios Padre nos guía y educa en la vida para que pongamos el corazón sólo en él.
Tenemos cerca de nosotros un signo que Dios nos ha dado y que nos recuerda el camino del propio Jesús: me refiero a Abelardo de Armas, cuyo 80 cumpleaños celebraremos el día 17 de este mes. Su vida es un signo para nosotros de cómo hay que entregar la vida hasta desprenderse de todo. En sus manos vacías sólo hay una riqueza: el amor de Dios que ha predicado con su palabra y dedicación a los jóvenes, a los cruzados y a los militantes de Santa María. Es un signo de humildad, de desprendimiento de todo lo que no es Dios, para poseer sólo a Dios. Haremos muy bien en acoger este signo en nuestras vidas para llegar no solo a hacer la voluntad de Dios, sino para ser, como él decía, voluntad de Dios, de tanta identificación con el Amado de nuestras vidas