La oración de mañana puede ser un itinerario de acercamiento al Señor siguiendo las oraciones y las lecturas de la liturgia de este Sexto domingo del tiempo ordinario.
Iniciamos nuestra meditación con la oración colecta, con la petición de quien sabe que toda gracia proviene del Señor y humildemente nos ponemos a suplicarle: “Concédenos vivir por tu gracia de tal manera que merezcamos tenerte siempre con nosotros”.
Lo que le pedimos al Señor es la gracia de las gracias: tenerle siempre con nosotros, que nuestro corazón no se aleje de Él. Conscientes de que la vida cristiana no es sólo un esfuerzo de la voluntad, sino que es fundamentalmente un don, “por tu gracia”.
Esa vida cristiana en libertad tiene ante sí un doble camino: poner la confianza en mis propias fuerzas o poner la confianza en Dios. Esto es lo que expresa la primera lectura con dos expresiones antagónicas de maldición y bendición: “Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor”. Frente a esto, el profeta Jeremías ofrece el camino de la gracia: “Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza”. Un tema sapiencial que encontramos en tantos otros pasajes de la Escritura, como es el conocido Salmo 1, que también hoy leemos entre las lecturas.
Esta dinámica de bendición y maldición, pero destacando la primera, es la que refleja Lucas en el pasaje de las Bienaventuranzas. Cuatro bendiciones frente a cuatro maldiciones. Cuatro caminos de santidad según el Señor, frente a cuatro caminos perdidos y equivocados. Cuatro modos de imitar a Jesús frente a cuatro modos de apartarnos de él.
Dichosos los pobres, dichosos los hambrientos, dichosos los que lloráis, dichosos los perseguidos… por causa del Hijo del hombre. Esta frase final es la que explica la paradoja cristiana de la dicha en el dolor y el sufrimiento. Es la que explica que asociados a la cruz de Cristo estamos asociados a su salvación y por eso somos dichosos.
Los otros cuatro caminos son senderos extraviados no en sí mismos sino porque el evangelista no los ha puesto en relación con Cristo. Es decir, es la relación con el Señor la que es fundamental, ni el hambre o la hartura, ni el reír o el llorar en sí mismos salvan, sino que es la relación con el Señor la que nos salva.
Señor que crea en tu amor para conmigo, que confíe en ti, que me deje salvar.