Petición inicial. Recogemos la petición del Padre Nuestro y la repetimos al principio de nuestra oración por tres veces, cada una por cada tentación:
‘Y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal’
Contemplamos el pasaje evangélico: Aunque las demás lecturas son muy ricas y sugerentes, en este primer domingo de cuaresma contemplaremos de una manera especial el Evangelio de las tentaciones. Y, tal como nos indica Ignacio, nos meteremos en la acción como si presente nos encontrásemos.
En una primera ambientación nos introduciremos en el desierto. Sentiremos y palparemos la aridez de la arena y la roca, la falta de agua, el calor del sol sofocante, el frío de la noche… También la magnitud de un cielo estrellado, cuajado, que nos acerca a la presencia del Dios creador. Y el miedo a los animales, la intemperie, desprotegidos… fiados sólo en Dios.
Y contemplaremos la figura de Jesús, sometido durante cuarenta días, en recuerdo de los cuarenta años de su pueblo, a esa dureza. Al hambre provocado por el ayuno. Y me pregunto, ¿cómo va mi austeridad? ¿De qué ayunaré yo en esta cuaresma? ¿Cuál va a ser mi penitencia? Y noto que empieza en mí una lucha entre lo que el espíritu me pide y mi propia comodidad.
- 1. Y, como Jesús, me siento tentado por lo fácil, lo cómodo… Y observo el diálogo del enemigo con Cristo: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.»
Y veo cómo Jesús le rechaza. Pero entonces el Demonio se dirige a mí y me viene con la misma tentación: De comida, de sensualidad, de facilidades, de caprichos, de horas muertas en Internet, de querer comprarme lo último en tecnología… Y sé que tendría que decir no a todo eso, y con mi vida gritarle al Señor que él es el único y el principal, para que todo quede colocado en su sitio…
¿Cuál será mi contestación al demonio?
- 2. Y veo cómo le tienta de nuevo a Jesús, esta vez con el poder: - «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mi me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mi, todo será tuyo. »
Y Jesús no se arrodilla…
Y viene el demonio a mí y me promete de nuevo la gloria, el poder. Sobresalir sobre mis compañeros, controlar yo mi vida, que nadie me diga nada, no me quiero arrodillar ante nadie. Ni ante Dios.
Y sé que el espíritu me lleva a dejarle a Dios las riendas de mi vida, a doblar ante Él la rodilla y decirle: ¡Señor! ¡Haz con mi vida lo que tú quieras! Tómala y márcame el camino, que yo lo seguiré.
Y siento que me resisto, que tengo miedo a lo que Dios quiera hacer con mi vida, que en el fondo no me fío de él…
¿Cuál será mi respuesta a esta tentación?
- 3. Y ya desde lo alto del templo llega la tercera tentación: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti".
Y siento que también a mí me viene esa tentación. Quiero un cristianismo fácil, sin lucha, sin persecución, sin cruz. Donde todos me digan lo majo que soy, lo bueno, donde yo mismo no falle nunca y sea modelo para todo el mundo.
Sé que es una tentación difícil de rechazar. Porque sería decir que sí a la cruz, al desaparecer, a que se rían de mí en clase, a quedar en el último lugar…
Y entonces siento la fuerza de Jesús que triunfa en mí y le dice al demonio que se largue, que estamos los dos dispuestos a seguir sólo los planes de nuestro Padre. Y sé que en él yo tendré mi fuerza, que Jesús es mi fortaleza.
Acabo en un diálogo con Jesús, tal como empezamos, diciéndole la petición del Padre Nuestro:
‘Y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal’
La tentación del aparecer, del triunfo, de la gloria del mundo. La tentación del camino fácil de salvación, que aleja a Jesús de la cruz y quiere que todos se conviertan por sus grandezas…