El evangelio nos presenta hoy el comienzo del capítulo 15 de san Lucas, en el que se recogen las parábolas de la misericordia, y en las cuales resplandece el amor entrañable de Dios hacia los pecadores. Pidamos luz al Espíritu Santo para que nos muestre el interior del Corazón de Cristo, y descubramos en las palabras de Jesús el reflejo de su misericordia hacia cada uno de nosotros: Él es el dueño de las ovejas y de las monedas, y nos habla en primera persona.
1. “Ése acoge a los pecadores y come con ellos”. Esta afirmación, que murmurada por los fariseos y los escribas pretendía ser una acusación hacia Jesús (despectivamente “ése”), para nosotros, pecadores, es la fuente del mayor consuelo: no estamos abandonados. ¡Somos acogidos por Jesucristo, y alimentados en su mesa, en la Eucaristía!
2. Descarriados, perdidos. Intentemos adentrarnos en la conmoción de la oveja perdida. ¿Hemos tenido alguna vez la experiencia de estar perdidos en la montaña (o en el bosque o en el campo), desprotegidos y desorientados, sin saber qué rumbo tomar, quizás envueltos en la niebla o la nevisca, en parajes agrestes y llenos de peligros? (Yo desde luego, sí). ¡Qué angustia! Pero si además el extraviado forma parte de una expedición, ¡qué mal lo pasan también los compañeros y el responsable del grupo! Se echa la noche y sigue sin aparecer… ¿Qué no darían por encontrar al perdido?
3. Jesús “va tras la descarriada hasta que la encuentra”. Jesús, como el dueño de las ovejas, sale. Es una característica del amor de Dios. No es un Dios que habita seguro en su mansión, esperando a que llegue el extraviado, o indiferente al destino de los hombres, diciendo: “¿Qué más me da? Me quedan noventa y nueve, y seguro que el despistado si no se pierde hoy lo hará mañana… ¡Mejor así, que se vaya! ¡Fuera preocupaciones! Y además, así aprenderá…” La Encarnación es Jesús que sale del seno del Padre en nuestra búsqueda, hasta que nos encuentra, para hacer Su voluntad-. “Vuestro Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños” (Mt 18, 14).
4. Cargados sobre los hombros de Jesús. Jesús pone al pecador -como el dueño a la oveja- sobre sus hombros. Esta imagen es una de las primeras de la iconografía cristiana. Quedémonos mañana en la oración ahí. Sin querer movernos. Sobre sus hombros. Son nuestro baluarte. Dejemos que Jesús disfrute hoy de su conquista. Le hemos costado sudores, cansancios… y lágrimas (“Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas y no habéis querido…” -Lc 13, 34-). En realidad le hemos costado su vida entera: “Yo soy el Buen Pastor, que da su vida por las ovejas” (Jn 10, 11). Repitamos despacio, con el salmo 23: “El Señor es mi Pastor, nada me falta…”
5. Jesús, muy contento, lleno de alegría… Por un solo pecador que se convierte. ¡Qué lejos está la realidad de Jesús, lleno de alegría por el pecador recuperado, de la imagen distorsionada de un Dios justiciero, vengador, que va anotando ofensa por ofensa…
6. “Felicitadme… He encontrado la oveja que se me había perdido”. ¡Somos del Señor! ¿Qué podemos temer? Otro apunte: algunas traducciones (p.e. la de la CEE) dicen: “Alegraos conmigo…” ¿Nos alegramos con las alegrías de Jesús, o nos reservamos otras, al margen de las suyas? ¿Nos duelen los sufrimientos de nuestros amigos y compañeros extraviados? Un detalle más: la alegría es difusiva, no se puede contener en uno mismo. Cuando descubrimos una buena noticia, enseguida queremos hacer partícipes de ella a los más cercanos. Lo mismo ocurre con Jesús. ¿No será ésta una de las claves de la Nueva Evangelización: pedir a todo el mundo que se una a nuestra alegría, que es la Buena Nueva que nos trae Jesús, vivo entre nosotros? ¡Jesús te ama y te perdona!
Oración final. Santa María, Madre del Buen Pastor: tú que inspiraste a Jesús la parábola de la moneda perdida, cuando te veía encender la luz y barrer con cuidado en casa; tú que viviste la angustia de perder a tu Hijo de doce años, y de verlo morir en la Cruz, y tú que gozaste de la alegría insuperable de recobrarlo resucitado, y de seguir ya unida a Él en el Cielo, únenos cada día más a Jesús, y si andamos perdidos, haznos desear la visita de Jesús, su abrazo, y el regreso al redil de la Iglesia, hasta que un día nos unamos todos en la vida eterna.
Algunas imágenes de apoyo:
(Pintura en la Catacumba de Calixto, S III, que representa a Jesús Buen Pastor)
Pastor nómada en Srinagar (Cachemira)
Confiado sobre los hombros del padre
Pastor en la Colegiata de Santa María de Alquézar (Huesca)