34 T.O. – CICLO B – Lc 21 1-4
Al iniciar la oración caer en la cuenta cómo Dios me está esperando, me mira complacido; sentir la mirada que un día le regaló al joven rico “fijando en él la mirada lo amó”.
La pobreza y el desprendimiento que vive la viuda del relato evangélico de hoy y que Jesús alaba ante sus discípulos es la norma que el Señor mostró repetidamente. La actitud generosa de la pobre viuda que entrega todo lo que tiene para vivir, depositándolo en el cepillo del templo, contrasta con la actitud egoísta de tantos otros que no piensan más que en adquirir bienes para sí mismo.
En la revelación bíblica, riqueza y pobreza no son conceptos sólo de cantidad; pesa también la actitud de apego o desapego de lo que uno posee. Esto es lo que nos hace ricos o pobres de espíritu ante el Señor. Desde siempre, y hoy más que nunca, se rinde culto al dios dinero. Todo se le sacrifica en su altar: trabajo, salud, principios morales, familia, amistades; todo, con tan de triunfar.
En una sociedad de consumo, de progreso ilimitado, favorece la tendencia que todos llevamos dentro de tener y gastar. Por esos todo el mundo envidia a los que triunfan, hacen dinero y logran una posición desahogada.
El tema de la pobreza y los avisos de Jesús sobre los peligros de la riqueza son frecuentes en el evangelio. Para Jesús el dinero y la riqueza son una espada de doble filo, cuya bondad o maldad depende de su uso.
El dinero y los bienes son necesarios para vivir, pero no son la fuente de la vida ni está en ellos la clave de ser persona. Solo el que ama y está abierto a los demás, dándose a Dios y al hermano tiene vida auténtica y es feliz porque entiende la vida con sabiduría. El sinsentido de la vida hace su aparición cuando la persona se cierra a Dios y al prójimo; pues, sin relación a estos valores perennes, los bienes y las cosas carecen de referencia que les dé un valor así mismos. Solamente en amar a Dios y a los hermanos está la vida y la plenitud humana y la esperanza definitiva que no podemos comprar con todo el oro del mundo. Por eso en las bienaventuranzas, especialmente en la de la pobreza, Jesús nos señaló un camino de liberación y felicidad.
Al terminar la oración darle gracias al Señor y a María por mostrarnos el verdadero camino de la felicidad y por darnos la fuerza para recorrerlo y así poder vivir desde este espíritu de pobreza en próximo adviento que no se puede vivir sino desde la humildad y la pobreza y así llegar a poder contemplar al Niño de Belén como lo hicieron los pastores.