JESÚS BAJA A LOS INFIERNOS
Este hecho ocurre entre su muerte y
su resurrección, aparece en el “credo” y hay muchas referencias a él en toda la
biblia, en especial en el nuevo testamento. Pocas veces entra en nuestros temas
de oración. Hoy vamos a reflexionar sobre él copiando una parte de las
“visiones” de la beata Catalina de Enmerich (La amarga Pasión de Cristo. http://verbo.ive.org/wp-content/uploads/2015/04/37-La-amarga-pasion-de-Cristo.pdf Sobre estas visiones se basa Mel
Gibson para su película de la Pasión. Como todos sabemos mucho sobre la
autoridad que da la Iglesia a las visiones, aunque sean de santos, no pongo
nada sobre el tema, pero nos ayuda muy bien para meditar).
Algunos datos objetivos:
Mt 27, 52-53 “las tumbas se abrieron
y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las
tumbas después que Él resucitó, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a
muchos.
Catecismo de la Iglesia Católica:
"JESUCRISTO DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS, AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS
MUERTOS" Resumen final:
636 En la expresión "Jesús
descendió a los infiernos", el símbolo confiesa que Jesús murió realmente,
y que, por su muerte en favor nuestro, ha vencido a la muerte y al diablo
"Señor de la muerte" (Hb 2, 14).
637 Cristo muerto, en su alma unida a
su persona divina, descendió a la morada de los muertos. Abrió las puertas del
cielo a los justos que le habían precedido.
Extracto del texto de Catalina
Enmerich:
Cuando Jesús, dando un grito, expiró,
(todavía Viernes Santo) yo vi su alma celestial como una forma luminosa
penetrar en la tierra, al pie de la cruz; muchos ángeles, la acompañaban. Vi su
divinidad unida con su alma pero también con su cuerpo suspendido en la cruz.
No puedo expresar cómo era eso aunque lo vi claramente en mi espíritu. El sitio
adonde el alma de Jesús se había dirigido, estaba dividido en tres partes. Eran
como tres mundos y sentí que tenían forma redonda, cada uno de ellos separado
del otro por un hemisferio.
Delante del limbo había un lugar más
claro y hermoso; en él vi entrar las almas libres del purgatorio antes de ser
conducidas al cielo. La parte del limbo donde estaban los que esperaban la
redención, estaba rodeado de una esfera parda y nebulosa, y dividido en muchos
círculos. Nuestro Señor, rodeado por un resplandeciente halo de luz, era
llevado por los ángeles por en medio de dos círculos: en el de la izquierda
estaban los patriarcas anteriores a Abraham; en el de la derecha, las almas de
los que habían vivido desde Abraham hasta san Juan Bautista. Al pasar Jesús
entre ellos no lo reconocieron, pero todo se llenó de gozo y esperanzas y fue
como si aquellos lugares estrechos se expandieron con sentimientos de dicha.
Jesús pasó entre ellos como un soplo de aire, como una brillante luz, como el
refrescante rocío. Con la rapidez de un viento impetuoso llegó hasta el lugar
cubierto de niebla, donde estaban Adán y Eva; les habló y ellos lo adoraron con
un gozo indecible y acompañaron a Nuestro Señor al círculo de la izquierda, el
de los patriarcas anteriores a Abraham. Este lugar era una especie de
purgatorio. Entre ellos había malos espíritus que atormentaban e inquietaban el
alma de algunos. El lugar estaba cerrado pero los ángeles dijeron: «Abrid estas
puertas.» Cuando Jesús triunfante entró, los espíritus diabólicos se fueron de
entre las almas llenas de sobresalto y temor. Jesús, acompañado de los ángeles
y de las almas libertadas, entró en el seno de Abraham.
Este lugar me pareció más elevado que
las partes anteriores, y sólo puedo comparar lo que sentí con el paso de una
iglesia subterránea a una iglesia superior. Allí se hallaban todos los santos
israelitas; en aquel lugar no había malos espíritus. Una alegría y una felicidad
indecibles entraron entonces en estas almas, que alabaron y adoraron al
Redentor. Algunos de éstos fueron a quienes Jesús mandó volver sobre la tierra
y retomar sus cuerpos mortales para dar testimonio de Él. Este momento
coincidió con aquel en que tantos muertos se aparecieron en Jerusalén. Después
vi a Jesús con su séquito entrar en una esfera más profunda, una especie de
Purgatorio también, donde se hallaban paganos piadosos que habían tenido un
presentimiento de la verdad y la habían deseado. Vi también a Jesús atravesar
como libertador, muchos lugares donde había almas encerradas, hasta que,
finalmente, lo vi acercarse con expresión grave al centro del abismo.
El infierno se me apareció bajo la
forma de un edificio inmenso, tenebroso, cerrado con enormes puertas negras con
muchas cerraduras; un aullido de horror se elevaba sin cesar desde detrás de
ellas. ¿Quién podría describir el tremendo estallido con que esas puertas se
abrieron ante Jesús? ¿Quién podría transmitir la infinita tristeza de los rostros
de los espíritus de aquel lugar? La Jerusalén celestial se me aparece siempre
como una ciudad donde las moradas de los bienaventurados tienen forma de
palacios y de jardines llenos de flores y de frutos maravillosos. El infierno
lo veo en cambio como un lugar donde todo tiene por principio la ira eterna, la
discordia y la desesperación, prisiones y cavernas, desiertos y lagos llenos de
todo lo que puede provocar en las almas el extremo horror, la eterna e
ilimitada desolación de los condenados. Todas las raíces de la corrupción y del
terror producen en el infierno el dolor y el suplicio que les corresponde en
las más horribles formas imaginables; cada condenado tiene siempre presente
este pensamiento, que los tormentos a que está entregado son consecuencia de su
crimen, pues todo lo que se ve y se siente en este lugar no es más que la
esencia, la pavorosa forma interior del pecado descubierto por Dios
Todopoderoso.
Cuando los ángeles, con una tremenda
explosión, echaron las puertas abajo, se elevó del infierno un mar de
imprecaciones, de injurias, de aullidos y de lamentos. Todos los allí
condenados tuvieron que reconocer y adorar a Jesús, y éste fue el mayor de sus
suplicios. En el medio del infierno había un abismo de tinieblas al que
Lucifer, encadenado, fue arrojado, y negros vapores se extendieron sobre él.
Vi multitudes innumerables de almas
de redimidos elevarse desde el purgatorio y el limbo detrás del alma de Jesús,
hasta un lugar de delicias debajo de la Jerusalén celestial. Vi a Nuestro Señor
en varios sitios a la vez; santificando y liberando toda la creación; en todas
partes los malos espíritus huían delante de Él y se precipitaban en el abismo.
Esto es lo poco de que puedo
acordarme sobre el descendimiento de Jesús al limbo y a los infiernos y la
libertad de las almas de los justos. Pero además de este acontecimiento,
Nuestro Señor desplegó ante mí su eterna misericordia y los inmensos dones que
derrama sobre aquellos que creen en Él.