Iniciamos nuestra
oración: ofreciendo la jornada, invocando al Espíritu Santo, pidiendo ayuda a
la Madre y la intercesión de san José, preparando nuestra alma con la oración
que prolongaremos durante la jornada con la jaculatoria.
Estamos en un mundo en el que es muy
difícil escuchar, “¡Qué bien se está aquí!”.
Algunos pensadores han expresado que estamos en una cultura sin “calor de
hogar”. Vemos diariamente en la tele el drama de la guerra y parece que estamos
viendo una película de acción, olvidando a las personas concretas, a esos
pobres que sufren los “juegos de tronos” en los que se enzarzan los poderosos.
D. Carlos Osoro en su libro Pasión
por Evangelizar, cita a san Juan Pablo II cómo al fundar el Pontificio
Consejo para la Cultura pone el énfasis en “salvar al hombre”.
Es un mundo triste, muchas veces sin
esperanza, que necesita experimentar la resurrección para recuperar la alegría
y fraternidad, dos conceptos muy vinculados. En esta línea de pensamiento y de
sentimientos van las lecturas que la Iglesia nos propone para el día de hoy. En
los Hechos: “No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio”
(v.24). El Salmo 15: “Señor, me enseñarás el sendero de la vida”. 1
Pedro: “Dios os ha rescatado de esa vida sin sentido”. (v.18).
Finalmente, también irá en esa línea
el Evangelio. Referido al pasaje de hoy el Papa Francisco dijo un día: los
lamentos hacen daño al corazón. No sólo aquellos contra los demás, «sino
también aquellos contra nosotros mismos, cuando todo se nos presenta amargo».
Centrándose en el episodio de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35), habló del
desfallecimiento de estos por la muerte del Maestro. En su corazón pensaban: «Nosotros
habíamos tenido tanta esperanza, pero todo fracasó»; «pienso muchas veces
—reflexionó el Santo Padre— que igualmente nosotros, cuando suceden cosas
difíciles, también cuando nos visita la Cruz, corremos este peligro de
encerrarnos en los lamentos». Sin embargo, en ese momento el Señor «está cerca
de nosotros, pero no le reconocemos. Camina con nosotros, pero no le
reconocemos. Incluso nos habla, pero no le oímos». E invitó: «Estemos seguros
de que el Señor nunca nos abandona: siempre está con nosotros, también en el
momento difícil. Y no busquemos refugio en los lamentos: nos hacen daño al
corazón».
Aquellos discípulos estaban tristes
porque no se habían cumplido sus expectativas. La frase clave de este pasaje
es: “Nosotros esperábamos”, venimos a interpretarla como que ellos se
habían forjado su propia idea de la salvación, seguramente no habían dejado un
hueco para la Cruz. Cuando se conoce a Jesús, se comprende que hay que
seguirle, pero entendemos que debe hacerse como nosotros creemos y esperamos.
Cuando Él nos enseña su camino y no coincide con el nuestro, entonces muchas
veces viene la decepción.
Jesús se acerca a ellos y les explica
las escrituras, se las explica desde el punto de vista de Dios, les evangeliza.
He leído en algunos autores de espiritualidad, que un discípulo del Señor
siempre necesita una segunda conversión.
“Y empezó a arder su corazón”.
Ahora, empiezan a “caerse del caballo” y brota la súplica: “Quédate con
nosotros porque atardece y el día va de caída”. Digámosle mañana una y otra
vez al Señor esta frase.
Finalmente ellos le reconocen “al
partir el pan”. Es la Eucaristía la cumbre de nuestra intimidad con Jesús.
Aquellos discípulos sentirán que no pueden quedarse para ellos la alegría y el
sentido que les da Jesucristo, entonces volverán con la comunidad fraterna y
llenos de Espíritu Santo se encontrarán con lisiados a los que mirándoles a los ojos les
dirán: “Te doy lo que tengo:
en nombre de Jesús, levántate y anda”. Alegría y fraternidad irán juntas y
ahora predicarán el evangelio del Maestro y no el que ellos se habían confeccionado.
Acabemos nuestras reflexiones con un
coloquio con Jesús resucitado. San
Ignacio nos lo precisa: “el coloquio se hace, propiamente hablando, así como un
amigo habla a otro, o un siervo a su señor: cuándo pidiendo alguna gracia,
cuándo culpándose por algún mal hecho, cuándo comunicando sus cosas y queriendo
consejo en ellas. Y decir un Pater
noster”.