30 abril 2017. Domingo III de Pascua (Ciclo A) – Puntos de oración

Iniciamos nuestra oración: ofreciendo la jornada, invocando al Espíritu Santo, pidiendo ayuda a la Madre y la intercesión de san José, preparando nuestra alma con la oración que prolongaremos durante la jornada con la jaculatoria.
Estamos en un mundo en el que es muy difícil escuchar, “¡Qué bien se está  aquí!”. Algunos pensadores han expresado que estamos en una cultura sin “calor de hogar”. Vemos diariamente en la tele el drama de la guerra y parece que estamos viendo una película de acción, olvidando a las personas concretas, a esos pobres que sufren los “juegos de tronos” en los que se enzarzan los poderosos. D. Carlos Osoro en su libro Pasión por Evangelizar, cita a san Juan Pablo II cómo al fundar el Pontificio Consejo para la Cultura pone el énfasis en “salvar al hombre”.
Es un mundo triste, muchas veces sin esperanza, que necesita experimentar la resurrección para recuperar la alegría y fraternidad, dos conceptos muy vinculados.  En esta línea de pensamiento y de sentimientos van las lecturas que la Iglesia nos propone para el día de hoy. En los Hechos: “No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio” (v.24). El Salmo 15: “Señor, me enseñarás el sendero de la vida”. 1 Pedro: “Dios os ha rescatado de esa vida sin sentido”. (v.18).
Finalmente, también irá en esa línea el Evangelio. Referido al pasaje de hoy el Papa Francisco dijo un día: los lamentos hacen daño al corazón. No sólo aquellos contra los demás, «sino también aquellos contra nosotros mismos, cuando todo se nos presenta amargo». Centrándose en el episodio de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35), habló del desfallecimiento de estos por la muerte del Maestro. En su corazón pensaban: «Nosotros habíamos tenido tanta esperanza, pero todo fracasó»; «pienso muchas veces —reflexionó el Santo Padre— que igualmente nosotros, cuando suceden cosas difíciles, también cuando nos visita la Cruz, corremos este peligro de encerrarnos en los lamentos». Sin embargo, en ese momento el Señor «está cerca de nosotros, pero no le reconocemos. Camina con nosotros, pero no le reconocemos. Incluso nos habla, pero no le oímos». E invitó: «Estemos seguros de que el Señor nunca nos abandona: siempre está con nosotros, también en el momento difícil. Y no busquemos refugio en los lamentos: nos hacen daño al corazón».
Aquellos discípulos estaban tristes porque no se habían cumplido sus expectativas. La frase clave de este pasaje es: “Nosotros esperábamos”, venimos a interpretarla como que ellos se habían forjado su propia idea de la salvación, seguramente no habían dejado un hueco para la Cruz. Cuando se conoce a Jesús, se comprende que hay que seguirle, pero entendemos que debe hacerse como nosotros creemos y esperamos. Cuando Él nos enseña su camino y no coincide con el nuestro, entonces muchas veces viene la decepción.
Jesús se acerca a ellos y les explica las escrituras, se las explica desde el punto de vista de Dios, les evangeliza. He leído en algunos autores de espiritualidad, que un discípulo del Señor siempre necesita una segunda conversión.
Y empezó a arder su corazón”. Ahora, empiezan a “caerse del caballo” y  brota la súplica: “Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída”. Digámosle mañana una y otra vez al Señor esta frase.
Finalmente ellos le reconocen “al partir el pan”. Es la Eucaristía la cumbre de nuestra intimidad con Jesús. Aquellos discípulos sentirán que no pueden quedarse para ellos la alegría y el sentido que les da Jesucristo, entonces volverán con la comunidad fraterna y llenos de Espíritu Santo se encontrarán con lisiados a  los que mirándoles a los ojos les dirán: Te doy lo que tengo: en nombre de Jesús, levántate y anda”. Alegría y fraternidad irán juntas y ahora predicarán el evangelio del Maestro y no el  que ellos se habían confeccionado.

Acabemos nuestras reflexiones con un coloquio con Jesús resucitado.  San Ignacio nos lo precisa: “el coloquio se hace, propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor: cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho, cuándo comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y decir un Pater noster”.

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