En
el librito de meditaciones de Abelardo de Armas sobre el Tiempo Pascual, leemos
en la primera meditación:
¡Cristo ha resucitado! Busquémosle.
No buscarnos a nosotros mismos, sino buscar a Jesús. Dice san Juan de Ávila:
«No te busques a ti mismo. Porque si te buscas a ti mismo, no te encontrarás; y
menos encontrarás a Dios, que es lo que realmente buscas». El hombre lo que
realmente busca es a Dios; estamos sedientos de Dios, nostálgicos de Dios,
huérfanos de Dios, peregrinos de Dios. Buscamos a Dios. No te busques a ti
mismo. Olvídate de todo, abandona el pasado en la misericordia, vive en
sencillez. Sigue diciendo san Juan de Ávila: «Busca a Dios y lo encontrarás,
pues Él enseguida se hace encontradizo. Y de paso te encontrarás a ti, cosa que
no buscabas». En Él encuentras todo; todo viene por añadidura.
Si hemos resucitado, busquemos las
cosas de arriba porque la resurrección es el abrazo de amor, vivificante y
divinizador, del Padre a Jesús en el Espíritu. Abraza la humanidad de su Hijo
encarnado, crucificado, muerto y resucitado.
Busquémosle porque la resurrección es
la divinización señorial, salvífica y vivificante de su humanidad y la nuestra.
Busquémosle porque la humanidad
divinizada de Jesús es fuente de vida para los hombres. Esto es lo que
distingue a Jesús de los demás resucitados. Sólo Jesús es el salvador, la
fuente de vida para todos.
Busquémosle porque la resurrección es
volver a vivir. Jesús vuelve a vivir en la integridad de su humanidad: el
cuerpo y el alma se unen en identidad de persona. Ha llegado a la plenitud de
la humanidad.
Busquémosle porque Cristo ha vencido
a la muerte y tiene ahora una vida victoriosa, una vida divina gloriosa, ya que
toda la humanidad de Jesús participa de la vida y gloria de Dios.
Sí, si hemos resucitado con Cristo:
¡Busquémosle!