5 abril 2017. Miércoles de la V semana de Cuaresma – San Vicente Ferrer – Puntos de oración

Con la esperanza cuaresmal puesta en la Pascua, con la mirada fija en la Cruz y con el corazón contrito te propongo meditar hoy este bello texto a propósito de este Evangelio:
De San Agustín, en sus “Homilías sobre S. Juan”, capítulo 12:
“Y yo una vez que haya sido elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.”
Cristo se apoderó de la muerte, la clavó en la cruz y los hombres mortales han quedado libres de la muerte. El Señor recordó lo que se realizó simbólicamente en el pasado: “Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.” (Jn 3, 14) ¡Misterio profundo!... El Señor mandó a Moisés fabricar una serpiente de bronce, clavarla en un estandarte en medio del desierto y advertir al pueblo de que, si alguien era mordido por una serpiente, que mirara hacia el estandarte y, entonces, quedaba curado. (cf Nb 21, 6-9).
¿Qué significan las serpientes que muerden? Son los pecados que provienen de la condición mortal de la carne. ¿Y cuál es la serpiente colocada en alto? La muerte de cruz del Señor. En efecto, como la muerte vino por la serpiente fue simbolizada por la efigie de una serpiente. La mordedura de la serpiente conduce a la muerte. La muerte del Señor da la vida. ¿Qué decir? Para que la muerte ya no tenga poder alguno hay que mirar a la muerte. ¿Pero, la muerte de quién? La muerte de la Vida, si se puede hablar así. La expresión es maravillosa. ¿Voy a tener reparo en decir lo que el Señor se ha dignado hacer por mí? ¿No es Cristo la vida? Y, no obstante, Cristo fue crucificado. En la muerte de Cristo la muerte ha sido aniquilada en el cuerpo de Cristo. Esto es lo que confesaremos en la resurrección, cuando, triunfantes, cantaremos: “¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?” (1 Cor 15,55).
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia.
Por último, meditad también en profundidad y llegad a lo hondo de esta frase del Señor:
«Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”»

Y, si el Espíritu os ilumina, llegaréis a comprender entonces por qué dice el Evangelio que “cuando les exponía esto, muchos creyeron en él”.

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