Con la esperanza cuaresmal puesta en
la Pascua, con la mirada fija en la Cruz y con el corazón contrito te propongo
meditar hoy este bello texto a propósito de este Evangelio:
De San Agustín, en sus “Homilías
sobre S. Juan”, capítulo 12:
“Y yo una vez que haya sido elevado
sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.”
Cristo se apoderó de la muerte, la
clavó en la cruz y los hombres mortales han quedado libres de la muerte. El Señor recordó lo que se realizó simbólicamente en el
pasado: “Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el
Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en
él tenga vida eterna.” (Jn 3, 14) ¡Misterio profundo!... El Señor mandó a
Moisés fabricar una serpiente de bronce, clavarla en un estandarte en medio del
desierto y advertir al pueblo de que, si
alguien era mordido por una serpiente, que mirara hacia el estandarte y,
entonces, quedaba curado. (cf Nb 21, 6-9).
¿Qué significan las serpientes que
muerden? Son los pecados que provienen de la condición mortal de la carne. ¿Y
cuál es la serpiente colocada en alto? La muerte de cruz del Señor. En efecto,
como la muerte vino por la serpiente fue simbolizada por la efigie de una
serpiente. La mordedura de la serpiente conduce a la muerte. La muerte del Señor da la vida.
¿Qué decir? Para que la muerte
ya no tenga poder alguno hay que mirar a la muerte. ¿Pero, la muerte de quién?
La muerte de la Vida, si se puede hablar así. La expresión es maravillosa.
¿Voy a tener reparo en decir lo que el Señor se ha dignado hacer por mí? ¿No es
Cristo la vida? Y, no obstante, Cristo fue crucificado. En la muerte de Cristo la muerte ha
sido aniquilada en el cuerpo
de Cristo. Esto es lo que confesaremos en la resurrección, cuando, triunfantes,
cantaremos: “¿Dónde está,
muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?” (1 Cor 15,55).
San Agustín (354-430), obispo de
Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia.
Por último, meditad también en
profundidad y llegad a lo hondo de esta frase del Señor:
«Cuando levantéis en alto al Hijo del
hombre, sabréis que “Yo soy”»
Y, si el Espíritu os ilumina,
llegaréis a comprender entonces por qué dice el Evangelio que “cuando les exponía esto, muchos
creyeron en él”.