Vamos a ponernos en la presencia del
Señor antes de hacer este rato de oración. Si tienes la suerte de estar en una
capilla, delante del Santísimo Sacramento, seguro que te será más fácil hacer
este rato. Hoy nos vamos a fijar de una manera especial en la Eucaristía.
En esta segunda semana de Pascua, aún
seguimos iluminados por la luz de la noche pascual. El mensaje principal de
estas fechas consiste en anunciar a todos los hombres el mensaje del Evangelio
y la primera lectura de hoy es un ejemplo de cómo se dio la transmisión del
cristianismo en los primeros tiempos.
Un grupo de discípulos son detenidos
y llevados ante el sanedrín y dan testimonio. Gamaliel, un gran sabio judío,
tiene una intervención magistral: si estos hombres actúan por sí mismos, se disolverán
pronto; pero si vienen de Dios, no lograrán nada contra ellos y se arriesgan a
luchar contra el mismo Dios. Estos razonamientos convencen a los judíos y sólo
les piden que no sigan hablando de Jesús y antes de soltarlos los azotan. Ellos
salieron del sanedrín contentos de haber sufrido aquel ultraje por el nombre de
Jesús y siguieron anunciando el Evangelio por las casas y por todos los lados.
En el Evangelio que leemos hoy, de
Juan, Jesús hace la multiplicación de los panes. La presencia de Jesús entre
nosotros no es de cualquier forma; su presencia es la de Jesús resucitado. Por
eso en La Eucaristía está Cristo Resucitado. Y ahora comienza tu diálogo con
Jesús, pídele que te enseñe las llagas como hizo Tomás. Jesús quiere tener para
ti una aparición especial… Se fue apareciendo a todos y también quiere estar en
tu vida. No seas como los dos discípulos de Emaús, que desanimados, se
contagiaban su desánimo. Toca a Jesús porque para quererlo hay que rozarlo.
Por último introduce a la Virgen en
tu oración; termina con un coloquio con la Madre, y sobre todo intenta
profundizar en su corazón: el dolor que padeció en la pasión y luego el gozo
con que vivió la resurrección fueron únicos. Trátala con afecto y dile lo que
se te ocurra.