22 abril 2017. Sábado de la Octava de Pascua – Puntos de oración

Hoy termina la semana de Pascua, los siete días en que hemos prolongado el gran domingo de la resurrección del Señor. Volvamos de nuevo a Él nuestro corazón, pongámonos una vez más en sus manos y dejemos que sea Él quien guíe nuestra oración.
Y empecemos esta oración junto al Corazón de María. Ella, silenciosamente, alentaba a los discípulos en los días posteriores a la muerte de Jesús. Poco a poco los iba aglutinando, animando, esperanzando. Veámosla así mientras contemplamos el evangelio de hoy, ya que en él descubrimos como había una unión que no se entiende bien tras la aparente tragedia de la muerte de Jesús si no es por la presencia de la Madre.
Así, María Magdalena acude a “sus compañeros”, y los discípulos de Emaús acuden a “los demás”. Es el primer paso, ponerse junto a María.
Desde ahí contemplemos lo que narra este evangelio de san Marcos, que de alguna manera quiere recopilar los sucesos del domingo de Pascua.
María Magdalena descubre por fin al Maestro, lo reconoce, se llena de alegría y va a anunciárselo a los discípulos, pero no la creen. Quizás porque estaban de duelo y llorando. Cuántas veces no nos pasa a nosotros que no terminamos de creernos las maravillas que Dios hace en nuestras vidas y a nuestro alrededor, porque estamos demasiado atentos a nosotros mismos, demasiado pendientes de cómo nos miran. El Papa Francisco nos invita a estar en salida, lo que implica no mirarnos a nosotros, no encerrarnos en nuestras miserias, sino ponerlas en manos del Señor y salir hacia los demás.
Los dos discípulos que “iban caminando al campo” también reciben la visita misteriosa de Jesús, arde su corazón mientras les explica las escrituras y al final le reconocen en la fracción del pan. Pero cuando vuelven a contárselo a sus compañeros, no les creen.
Podíamos pensar que el Señor, que María, tirarían la toalla. Como quizás lo haríamos nosotros. Pero Dios no es así, y esta vez ya se presenta Él mismo en medio de ellos, en medio de los once, los discípulos más íntimos, y quizás también los más desconfiados.
Les echa en cara su falta de fe, pero también su dureza de corazón, como poniendo ahí la causa principal de su incredulidad.
Yo creo que con eso nos está diciendo a todos los cristianos, a una semana del mes de mayo, que nos pongamos muy cerca de la Virgen, para que ella ablande nuestro corazón para que la luz de Cristo resucitado disipe nuestras tinieblas, no sólo de mente, sino también de corazón.
Tras eso, ya sólo queda una cosa:

“Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación”.

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