DIOS ES MI PADRE
Dios es mi Padre, ¡qué feliz soy!
soy hijo suyo, hijo de Dios.
- Si Dios cuida de mí,
¿qué me puede faltar?
ni un solo instante, no,
me deja de mirar.
Mi vida suya es,
cual diestro tejedor,
la va tejiendo Él
con infinito amor.
Hilo por hilo tejiendo va,
si tú le dejas, qué bien lo hará. - No ves con qué primor
Él sabe engalanar
al lirio que tal vez
mañana morirá.
Pues si a una humilde flor
cuida tu Dios así,
con qué infinito amor
no cuidará de ti. - Después del huracán
un pájaro cayó,
no creas que eso fue
sin permitirlo Dios.
Si el pajarillo aquel
se vende por un as,
no tienes que temer;
tú vales mucho más. - En el cielo se ven
mil estrellas brillar,
Dios las conoce bien,
Dios las puede contar.
Si Él mismo fue a buscar
la oveja que perdió,
jamás me ha de olvidar
aunque le olvide yo
Esta canción le encantaba a Abelardo, y la cantaba muchas veces. Cuando el coro la entonaba él hacía la voz baja casi siempre. Y cuando la cantaba, todos entendíamos que era verdad lo que decía. Abelardo sabía que tenía un Padre que le amaba inmensamente. Que le ama inmensamente. Para Abelardo ya todo es presente ¿Qué le puede faltar si Dios cuida de él?
Para nosotros que luchamos en el presente, pero con resonancias a veces esterilizantes de pasado, y con imaginaciones o miedos de futuro, saber que Dios es nuestro Padre, se convierte en algo esencial. Necesitamos creer en el amor que Dios nos tiene, necesitamos tener confianza en Dios que nos cuida, necesitamos saber que es en nuestras debilidades donde debemos apoyarnos para sentirnos amados...
Sí, nuestra soberbia nos hace pensar que son nuestros éxitos y esfuerzos los que nos van a dar la salvación o los que van a hacer que Dios nos quiera. San Pablo fue muy claro cuando nos dijo que nuestra fuerza ante Dios, es precisamente nuestra debilidad. Y no lo decía por teoría, él mismo lo vivió. Es muy emocionante saber que él, el apóstol de los gentiles, el gigante de la evangelización de los primeros tiempos, tenía un aguijón –una debilidad- que no le fue quitada por Dios a pesar de habérselo pedido él tres veces. “Te basta mi gracia” le había dicho Dios.
Nuestras faltas y debilidades, nuestros fracasos o suspensos, no deben ser motivo de abandono del camino emprendido pensando que ya no podemos seguir, sino que tienen que ser motivo de humillaciones que nos hagan crecer en la verdad de quiénes somos, hijos de Dios. No nos dejamos llevar por las debilidades, es más, luchamos contra ellas, pero somos felices con saber que Dios nos quiere también aunque no las venzamos.
Bonito rato de oración este en el que repitiendo muchas veces la palabra Padre, en el que repitiendo despacio el Padrenuestro, en el que cantando esta vieja canción, podamos convencernos de esta realidad tan sencilla: ¡Dios es mi Padre, qué feliz soy!